- Fresh: Resistirse a ser un pedazo de carne - 5 de mayo de 2022
- El Último Duelo: Hermana, Yo sí te Creo - 23 de octubre de 2021
- Lo Siniestro se da Cita en Madrid - 10 de octubre de 2021
Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Amelia se esfuerza por fingir que ha superado la muerte de su esposo, acontecida seis años antes durante un accidente de tráfico mientras la trasladaba al hospital para que diese a luz. La protagonista procura mantener una apariencia de normalidad por su hijo Samuel, que está a punto de cumplir siete años y se ha visto obligado a crecer sin un padre. No obstante Amelia siente que la situación la desborda un poco más cada día. Especialmente porque Samuel ha empezado a manifestar comportamientos antisociales que le ocasionarán incluso la expulsión del colegio. Su hijo parece estar desarrollando una enfermiza obsesión por un monstruo que presuntamente se ha colado en sus vidas, y para enfrentar esa amenaza fabrica armas caseras. Su temor se verá exacerbado el día que en casa de los protagonistas aparece un libro sobre un tal Babadook, un monstruo del que nadie puede deshacerse una vez lo deja entrar en su vida. Preocupada por la estabilidad mental de Samuel, Amelia recurre a los tranquilizantes para calmar su creciente violencia. Sin embargo comprenderá demasiado tarde que el verdadero peligro no reside en su hijo sino dentro de ella misma. Porque en ese libro del que no puede deshacerse por más que lo intente, Amelie acaba ocupando las páginas finales, donde asesina a su perro y a Samuel para acabar suicidándose. Y es que Amelia, quiera reconocerlo o no, hospeda ya a Babadook en su interior.
Lo cierto es que, bajo una falsa resignación, en realidad la protagonista no ha asumido de forma madura su situación, sino que se ha limitado a mantener escondidos todos los sentimientos que la turban. Finge haber superado la muerte de su marido no hablando de él, finge no guardar rencor hacia su hijo por haber sobrevivido al accidente que se llevó a su marido, finge sobrellevar con estoicismo las rarezas de éste, finge no estar extenuada de su vida ni sentirse insegura e inadecuada, culpable e incluso una mala madre… Pero lo cierto es que vive acosada por los miedos: miedo a no estar educando de forma correcta a su hijo y a no poder rehacer su vida, miedo a no poder perdonar al niño por suponer un lastre para ella y mantenerla, a través del recuerdo de su padre, anclada al pasado. Prueba de que no ha superado la muerte del marido es que nunca ha dejado que su hijo celebre su cumpleaños por coincidir con la fecha de la muerte de su esposo. Porque ese padre ausente en efecto se ha convertido en una sombra que se cierne sobre ellos y los separa, que amenaza la estabilidad familiar. Y de hecho me pregunto si ello no tendrá que ver con que el nombre del monstruo sea precisamente Babadook, pues baba es el nombre común que se le da al padre en varias lenguas precisamente porque reproduce los primeros balbuceos de los niños.
Amelia se ha limitado a almacenar todo dentro como una olla a presión. Hasta que esos sentimientos desconcertantes salen como una bilis negra y mortífera. Las contestaciones horribles que dirige a su hijo presuntamente poseída por Babadook son las que lleva guardado dentro de sí seis largos años. Las típicas de alguien sometido a una tensión que ya es incapaz de soportar. En realidad no es que ella haya dejado entrar a Babadook, sino que finalmente lo está dejando salir, liberando esa violencia reprimida generada por sus frustraciones y miedos. Algo que afecta también en menor medida a su hijo, que se ha visto privado de un padre que ni siquiera puede intentar conocer a través de su madre. Y es que las relaciones humanas son siempre complejas, y el equilibrio familiar se revela a menudo precario. Nada más terrorífico que lo que decimos u ocultamos a quienes más queremos.
“Tú no me quieres porque Babadook no te deja”, dice su hijo. Porque en el fondo ha advertido que, como los demás, su madre también lo considera raro. Que cumple sus obligaciones con él más por responsabilidad que por devoción, más con diligencia que con auténtico fervor. Ella quiere ser una buena madre, pero se siente exhausta y nutre un rencor hacia el niño que teme admitir. De poder elegir, hubiese preferido que su padre hubiese sobrevivido al accidente en su lugar.
Los sentimientos horribles que ella nutre no por horribles son menos humanos y comprensibles. En realidad no la convierten en un monstruo. Lo que hace de ella un monstruo es no saber gestionarlos. No podemos exigir a las personas que no respondan ante situaciones límite con sentimientos terribles, es natural; pero sí podemos exigirles que aprendan a manejar esos sentimientos para que estos no se vuelvan peligrosos ni para ellos mismos ni para quienes les rodean.
Esto es lo que finalmente comprende la protagonista. Ante el temor de llegar a hacerle daño a su hijo, a quien ya ha intentado estrangular, reconoce sus problemas y se enfrenta a sus propios miedos. En un metafórico duelo de gritos acaba imponiéndose sobre el propio monstruo, que se retira vencido. Por fin consigue aprender a gestionar sus sentimientos; a convivir con el monstruo que mantiene encerrado en su sótano y que poco a poco va domando, convenciéndole de apaciguarse mientras ella lo abastece de bichos recolectados en su jardín. Aprende a expulsar las temibles ira e insatisfacción y a mantenerlas bajo control en un lugar donde no causen daños y permitan la grata convivencia familiar y la necesaria estabilidad personal. Por eso cuando su hijo le pregunta si un día podrá ver al monstruo, ella responde que cuando sea mayor. Es decir cuando pueda enfrentarse como un adulto al lado más oscuro de su propia madre, ése que quizá nunca estemos preparados para aceptar.
Y es que a menudo no comprendemos que para poder dar felicidad, amor y estabilidad a nuestra progenie antes tenemos que gozar de esas mismas condiciones nosotros mismos: para ser personas equilibradas debemos aprender a querernos y a ser felices. Porque de lo contrario sólo ofreceremos una máscara de equilibrio, un espejismo que podría resquebrajarse en cualquier momento. No basta con fingir que estamos bien ante nuestros hijos; hemos de atender a nuestras propias necesidades personales para poder sentirnos realmente bien también por y para ellos.
Otro inquietante mensaje de la película es que nadie sabe la realidad terrible que se esconde en cada familia, tras las paredes de cada casa aparentemente llena de armonía. De hecho en nuestra sociedad actual en realidad casi nadie se molesta en saber, porque saber quizá conllevaría la obligación moral de implicarse. Resulta mucho más cómodo no indagar. Así sólo la anciana vecina se preocupa de verdad por cómo se siente realmente Amelia. Mientras su propia hermana, aparentemente una esnob con la vida resuelta, opta por escucharse sólo a sí misma para no tener que escucharla a ella, alejándose cada día más con el fin de no tener que compartir las aburridas y deprimentes experiencias de la que estima una fracasada. Ni siquiera la policía le hace caso cuando intenta denunciar que alguien la acosa. Los propios asistentes sociales encargados de asegurarse de que inscriba a su hijo en un nuevo colegio, lejos de indagar en las necesidades de una persona a todas luces confusa y turbada, la miran con desconfianza, como en lugar de tener un problema fuese una madre negligente sin más. Y esa enorme incomunicación daña el equilibrio emotivo y agrava el estado mental del individuo que está combatiendo contra sus demonios interiores. La soledad en la que Amelia se ve inmersa se agrava cuando, para huir de sus terrores nocturnos, decide sustituir el sueño con largas sesiones de televisión que sólo sirven para empeorar su confusión mental y su agotamiento físico.
Pero Babadook reflexiona también sobre la figura arquetípica de Medea, la mujer ‒bruja despechada‒ que asesina a los propios hijos. Ciertamente el género de terror ha sabido sacar partido de los temores paternos y maternos a no estar a la altura del rol familiar, a no soportar la presión que supone ejercer de progenitor. Un miedo que se manifiesta en la figura del padre o madre que acaba con la vida de sus hijos. Algo que, más allá de la ficción, no pocas veces se convierte en una triste realidad y no siempre se puede explicar a través de la depresión posparto, fenómeno durante tanto tiempo desatendido y simplificado como una presunta falta de instinto materno por parte de algunas mujeres.
En definitiva, Babadook explota brillantemente los terrores infantiles hacia lo que se esconde en las sombras para construir un cuento de terror dirigido a los adultos, que tienen mucho que temer de lo que mantienen encerrado en el armario de sus almas y que podría escapar a su control el día menos pensado. Bajo la apariencia de una “simple” historia sobre el hombre del saco asistimos a una sesión de psicoanálisis durante la cual la protagonista logrará regurgitar sus demonios y mantenerlos finalmente a raya.
La película no escatima, además, en guiños a los grandes clásicos del género. Así el particular Boogeyman que le da título se asemeja sorprendentemente a Nosferatu. A pesar de que con mucho acierto la directora apenas nos deja ver al monstruo, sí podemos apreciar enormes dedos sarmentosos y larga vestimenta negra, así como una rigidez y un modo de desplazarse, aunando el deslizarse y el flotar, que todos identificamos con el ser magistralmente recreado por Murnau.
Babadook se revela una pequeña joya del género excelentemente interpretada por su pareja protagonista, compuesta por Essie Davis y el pequeño Noah Wiseman, que deslumbra en especial modo. Pocos guiones de terror recuerdo tan inteligentes y comprometidos. Quizá ninguno más aterrador, porque el verdadero monstruo reside dentro.
Imágenes:
Medea furiosa, por Eugène Delacroix
Fotograma de la película Nosferatu, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau
Ficha técnica
Título original: The Babadook
Año: 2014
Duración: 95 min.
País: Australia Australia
Director: Jennifer Kent
Guión: Jennifer Kent
Música: Jed Kurzel
Fotografía: Radek Ladzcuk
Reparto: Essie Davis, Noah Wiseman, Daniel Henshall, Hayley McElhinney, Barbara West, Ben Winspear, Tiffany Lyndall-Knight, Tim Purcell, Benjamin Winspear, Cathy Adamek, Carmel Johnson, Adam Morgan, Craig Behenna, Michael Gilmour, Michelle Nightingale, Stephen Sheehan
Productora: Entertainment One / Causeway Films / Smoking Gun Productions
Género: Terror. Thriller psicológico. Cuentos
Web oficial: http://thebabadook.com/
Premios
2014: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor ópera prima
2014: Festival de Sitges: Premio del Jurado y Mejor actriz (Davis)
2014: Critics Choice Awards: 2 nom. incluyendo Película de ciencia-ficción/terror
2014: Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a Mejor director novel