Ave Barrera: Restauración

Ave Barrera: Restauración

Ave Barrera: Restauración

El tema de la casa abandonada y maldita (en sentido más o menos literal) ha dado origen a infinidad de obras, literarias y cinematográficas, en los últimos años. Netflix está lleno de películas sobre “jóvenes parejas que se mudan a una mansión en el campo sin saber que en el pasado en ella se cometieron horribles crímenes (chanchacháaaaaaan)”. Y dentro de este subgénero, una posibilidad interesante, y que ha dado lugar a algunas de sus producciones más novedosas, es la de releerlo o reconfigurarlo desde una perspectiva de género (en sentido gender, no genre). Usar el cliché de la casa maldita para hablar de la forma como las casas han sido, en muchos casos, lugar de encierro y tortura para las mujeres, a manos de sus propios maridos y familiares. Hace un tiempo reseñé aquí Gótico [Mexicano] de Silvia Moreno García, en el que este tema, entre otros, aparece problematizado; en breve espero que salga también una reseña de Carcoma de Layla Martínez, escrita a cuatro manos con Juan G. B.; y si nos fuéramos más atrás podríamos encontrar antecedentes como “El empapelado amarillo” de Charlotte Perkins Gilman, o incluso, por qué no, Jane Eyre con su “mujer loca encerrada en el ático”.
A este género pertenece, aunque de una forma muy peculiar, Restauración, de Ave Barrera.
Pero, vamos a ver, ¿es Restauración una historia de terror o de fantasmas? Pues no exactamente. En una lectura literal, es la historia de Min, restauradora de muebles e inmuebles, quien acepta el encargo de su crush, Zuri, para restaurar una vieja mansión perteneciente a su familia. A medida que Min va abriendo las puertas de las habitaciones, barriendo el polvo y ordenando los objetos, se van despertando las memorias de los antiguos habitantes de la casa: el matrimonio infeliz formado por Eligio y Gertrudis, marcado por la diferencia de clase y las infidelidades del marido. Así, hacia el final de la novela los dos planos temporales se confunden, alternan en los breves capítulos que componen el texto, se multiplican los paralelismos entre ambos y por momentos el lector no sabe si la voz que habla es la de Min o la de Gertrudis, o la de otra mujer o mujeres maltratadas y abandonadas por sus maridos.
“Restaurar es fabricar un bello fantasma”, se nos dice, y también: “Un fantasma es un fragmento de memoria olvidado de sí”.
Así que no, Restauración no es una novela de fantasmas si lo que esperamos son sustos, espectros desfigurados, apariciones sobrenaturales; pero sí lo es si leemos al fantasma como una materialización de lo reprimido, de las memorias silenciadas, de aquello que hemos olvidado o que alguien ha querido (hacer) olvidar.
Y en este caso, como ya se ha ido avanzando, esa memoria, esa voz silenciada, es la de las mujeres, sometidas, humilladas, agredidas por sus maridos o por otros hombres; inferiorizadas, usadas como objetos (“yo soy la caja de cereales”, piensa la narradora mientras Zuri le saca una fotografía). Se trata también de una violencia de nivel social y educativo: el que separa al elegante fotógrafo Eligio de la vulgar “ranchera” Gertrudis; y también el que separa al (nuevamente) elegante fotógrafo Zuri de la restauradora Min, hija de un ebanista.
No es casualidad que uno de los subtextos más evidentes con los que dialoga Restauración es el cuento de “Barba Azul”, recopilado por Perrault y mencionado explícitamente en el texto (con el famoso grabado de Doré como representación icónica). Min, como la mujer de Barba Azul, va abriendo una por una todas las puertas de la casa con su manojo de llaves; pero, como ella, tiene prohibida la entrada en un único cuarto de la casa. Abrirlo sería un acto de rebeldía, de insubordinación, de libertad; sus consecuencias podrían ser terribles, o conducir a la liberación de la princesa, como en el cuento.
Otros subtextos son menos evidentes pero igualmente esenciales para entender algunos aspectos de la trama. El principal es Farabeuf, una novela experimental de Salvador Elizondo en la que se mezclan el deseo y la violencia, el placer y el dolor. Farabeuf aparece en el único epígrafe de la novela y también, ya más escondida, como esa “novela en la que no pasa nada” en la que se inspiran las fotografías de Zuri; y el propio Elizondo se esconde detrás del personaje de Chava, amigo de Eligio, artista seductor y violento, cruel y cosmpolita. (Confieso que yo no habría reconocido la referencia, porque la desconocía; la he encontrado al buscar información para esta reseña). Y a través de Farabeuf llegamos todavía a otras referencias sutiles pero relevantes: los tratados de cirugía de Louis Hubert Farabeuf, que da título a la obra de Elizondo; el I Ching, libro de sabiduría o adivinación chino, o a una fotografía de la “muerte por mil cortes” (o leng tch’e), una forma de tortura china que fascinó, entre otros, a Georges Bataille. En cierto modo, podría decirse que Ave Barrera hace con Farabeuf lo que Jean Rhys con Jane Eyre en Ancho mar de los Sargazos, dando voz y trayendo a primer plano lo reprimido, silenciado u olvidado.
Como ya se habrá podido ir deduciendo, Restauración me parece una gran novela, no solo por la forma como reimagina el género y las referencias en las que se basa, sino también por la inteligencia con la que está escrita y estructurada. Este es un texto, sin duda, que gana con una segunda lectura, porque ya desde las primeras páginas se van encontrando pistas, detalles o hilos argumentales que solo encuentran su resolución o su reflejo en el desenlace de la novela. También es magistral (como corresponde al tema de la novela) la descripción de espacios: cada habitación de la casa que se abre tiene su historia y su personalidad, y Ave Barrera las presenta con minuciosidad y precisión.
Quizás, por poner una pega, el desenlace resulta algo acelerado y confuso, después de la meticulosa preparación que nos lleva hasta allí; en todo caso, su título, “Restauración” (como la propia novela) añade nuevos significados a la palabra: restaurar no es solo devolver el brillo a los muebles o a una casa, sino también volver a colocar a alguien en el lugar que le corresponde. Una recuperación de la memoria, en este caso, que es también un acto de justicia o, no lo sé, tal vez, de venganza.

Ave Barrera: Restauración

unlibroaldia.com

 

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