Augusto Thassio

Augusto Thassio

Carlos J. Rascón

Augusto Thassio nació en Isla Cristina (Huelva).

Estudió Bachillerato en Ayamonte y Magisterio en Huelva. Emigrante en Alemania, agente de seguro en Barcelona, extra cinematográfico en Madrid, profesor en Sevilla…

Poeta, escritor y pintor, una de sus mayores inquietudes es sobre la investigación del poeta Miguel Hernández, su prendimiento en Portugal y su paso por la cárcel de Rosal de la Frontera, hoy convertida encentro de Interpretación Miguel Hernández, en la que se inspiró para escribir y representar su musical flamenco “Escríbeme a la tierra”.

Obras publicadas: Narrativa: Cartas de un esquizofrénico a Eloísa. Cantos y Leyendas de Rosal de la Frontera. El alma de Isla Cristina. Poesía: Jesucristo está escondido debajo de mi cama. Hoy he perdido el lucero del alba. Como el nardo. Ahogado en el espejo.                   Teatro: Adriano y Antinoo. Miguel Hernández prisionero en Rosal. Escríbeme a la tierra.

Investigación: Actas de las XI Jornadas del Patrimonio de la Sierra de Huelva.  Rosal de la Frontera en la postguerra. Contrabando de hambre. Miguel Hernández, su perdición encontrada.

Ha colaborado en múltiples obras literarias de diversos géneros.

1º.- No son nubes. Son sábanas desgarradas por el luto infame del mutismo.

Caminamos de espaldas a la luz, tropezando en el aire de equívocas palomas que buscan  el mar inmenso en los ojos de vacas.

La yerba huele a escarcha y al cielo amarillo no le importa las coronas de espinas.

Los gritos son cuchillos que nos obligan ir a lugares distintos, donde no nos veamos ni sepamos el camino de los reencuentros.

El aire, pálido como nardo árabe, ha sepultado en falso esta pasión de muertos.

 

2º.- El taxi se ha cansado de esperar. Incluso la escalera se impacienta.

El tiempo es la eterna repetición de un mismo instante.

Llevas dos horas de retraso.

Cuando salgas a la mar de las aceras, niégate a los abrazos tatuados y mantén firmes los rumbos del mascarón de proa. El cielo llorará rocío y allá, en las marismas de los adoquines, serás libre, si quieres, para descifrar enigmas que, en la inmensidad de las calles, escriben las esfinges.

Cuando salgas, deja la puerta abierta, que entre el vacío de lo que llevas: tu aroma a vainilla, el tambor de tus pasos, tu cínico café descafeinado, tu lápiz electrónico, tu móvil, tu colección de tikes de autobús, tu despego vidriados, el reloj de pulsera que jamás te pusiste, el gallo de cerámica portuguesa y los rojos corazones de tus marcados naipes.

Llévate también la corona de espinas, no te olvides, que un día me regalaste.

 

3º.- Desde que te marchaste olvidé sonreír.

Sufro amnesias de nombres y lugares señalados en los mapas comunes.

El Callejero es un  Ïcaro que vuela donde el infierno es cielo.

En mi infierno no recuerdo tu cara, ni tus ojos, ni la última conversación que mantuvimos. Ni siquiera si es tuyo el abrazo que guardo en mi cintura o el mordisco que atesoro entre hojas de gusanos de seda que no serán crisálidas.

Tu abandono, escalera abajo, me ha transformado el ánimo, y ya no sé si eres tan sólo la mueca de una sonrisa… en un libro atrapada.

 

4º.- Es primavera triste. Y llueve.

Está lloviendo fuera, en las aceras, pero yo la oigo llorar por los pasillos.  Hay regueros de agua en la cocina y charcos estancados a los pies de mi cama.

Con los ojos cerrados, veo iluminarse el cielo de tu abandono, rasgado por la luz de los relámpagos.

Y me acuerdo de ti.

Por si acaso retornas, a pesar de la lluvia y la melancolía, tengo los brazos abiertos. Pero el corazón cerrado a cal y canto.

 

 

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