Arturo, o el pesimismo Un diálogo (Fantasía filosófica sobre los Jardines de la Granja de San Ildefonso)
«Un pesimista que se precie, pensando que detrás de la muerte puede haber algo aún peor que esta vida (y todo apunta a esta posibilidad, dado que cuanto nos rodea, incluida nuestra propia existencia, parece ir siempre de mal en peor), trata de obtener de la vida el máximo disfrute posible, y busca evitar el dolor, tanto propio como ajeno, en la medida de sus fuerzas. Por eso, algunos de los grandes pesimistas […] practicaron aquello que Schopenhauer llamaba el «arte de saber vivir», disfrutando, tanto como pudieron, de la literatura, del arte y de la música, y ayudaron, impulsados por la compasión y hasta donde les fue posible, a paliar los sufrimientos y mejorar la vida de sus congéneres, de los animales, y, si me apuras, del reino vegetal, que quizás sea también susceptible de algún tipo de sufrimiento”.
PRÓLOGO EN LA BIBLIOTECA
DEL ATENEO DE MADRID
—¡Apenas puedo creer la suerte que he tenido de encontrarte! Aunque vivo en Toledo, y vengo a menudo a Madrid, hacía muchos años que no entraba en el Ateneo; y hoy, cuando casualmente decido visitar la biblioteca donde estudiábamos cuando éramos jóvenes, me topo contigo, querido Viator. Porque supongo que sigues utilizando ese estrambótico apelativo, ¿no? Y, además, veo que sigues sentándote en el mismo pupitre de siempre, atestado de libros… ¡No has cambiado nada!
—¡Para mi supone también una enorme alegría verte de nuevo, querido Luis, te lo aseguro! La verdad es que mi vida, durante todos estos años, ha seguido siendo prácticamente la misma. Salvo el tiempo dedicado a la esclavitud necesaria del trabajo, y algunos viajes, el resto se puede resumir en esta rutina: «de casa al Ateneo, y del Ateneo a casa». ¿Te acuerdas de cómo nos emocionaba leer que los krausistas del XIX llamaban a las universidades, institutos, etc. los «templos del saber»? Pues eso es lo que ha sido para mí este edificio, que ellos apreciaban tanto: un templo del saber. Y lo curioso es que, cuando me siento frente a esta mesa, parece como si entrase en otro plano existencial, y mi pensamiento recibiese un impulso casi mágico. Para mí, una hora de trabajo en esta sala equivale a varios días de tediosos esfuerzos, casi siempre estériles, fuera de ella. Por lo demás, sí, sigo utilizando ese «estrambótico apelativo», como tú lo llamas. Ya sabes que hace tiempo decidí borrar mis pasos por esta vida detrás de esa palabra latina: «Viator»; porque eso, y solo eso, es lo que pretendo ser: un simple caminante, que recorre este incierto sendero temporal, que, como decía Philipp Mainländer, acaba en la tumba, nuestra única certeza.
—¡Siempre igual de pesimista! Desde luego, por los libros que tienes sobre la mesa, parece que tu «Stimmung» melancólica no ha hecho más que aumentar. Ahí veo, como siempre, El Mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Pero, además, hay también otros libros que no conozco; déjame ver… Filosofía de la redención, de ese Mainländer que acabas de mencionar… Lo he oído citar en alguna ocasión; me han dicho que este desventurado se suicidó muy joven, nada más recibir el primer ejemplar de su libro, que me han pintado como tremendo y desesperado…
—No creas todo lo que dicen; la mayor parte de la gente solo tiene opiniones de segunda mano, casi siempre equivocadas. Es verdad que La Filosofía de la redención es, quizás, el alegato más contundente que ha existido nunca a favor del pesimismo, filosofía que Mainländer llevó mucho más lejos que su admirado Schopenhauer; pero mira: aquí tienes también La Filosofía de lo inconsciente de Eduard von Hartmann, que no le va a la zaga, y, para remate, este libro: Lo trágico como ley del mundo, de Julius Bahnsen. Este filósofo sí que era un verdadero representante de lo que Von Hartmann, que le conoció personalmente, llamaba, con malicia, el «miserabilismo»; pues, si para Schopenhauer, Mainländer o Von Hartmann aún hay alguna forma de eludir el dolor de la vida (mediante el arte, el ascetismo, o incluso la muerte), para Bahnsen, no hay escape posible: la voluntad de vivir es implacable, y jamás podremos poner fin a la tragedia de la existencia. De hecho, Bahnsen, anticipando de algún modo a los existencialistas del siglo XX, o a Cioran, definía al ser humano como una «nada consciente de sí misma». Pero, fíjate, incluso este filósofo completamente desesperado, cree encontrar una última salida a la miseria de la vida en el humor. En este sentido, coincide con el genial Ionesco, cuyo teatro tanto nos entusiasmaba en nuestra época estudiantil, cuando afirma, si no recuerdo mal, que es necesario reírse con Dios de su propia creación; aunque ni que decir tiene que en las páginas de todos estos pesimistas no hay lugar para el concepto tradicional de Dios. Incluso Mainländer construye toda su filosofía partiendo de la idea de la «muerte de Dios», que luego Nietzsche tomó de él, cuando lo leyó en Sorrento, en 1876.
—Sí… Cuando me hablaron de Mainländer, ya me dijeron que una de sus principales aportaciones era haberse anticipado a Nietzsche, a la hora de liquidar a la Divinidad. De todos modos, no era para tanto: ya Hegel, Heine o Jean Paul habían hablado de este tema; y, además, la muerte de Dios y el nihilismo estaban en el ambiente de la época, de manera que, si no hubiesen sido Mainländer o Nietzsche, otro habría planteado el óbito divino; de hecho, Dostoyevski, por ejemplo, estaba obsesionado por esta idea… Pero ¡calla! Los demás lectores nos miran con aires de reconvención… No podemos seguir hablando aquí, molestamos. Salgamos de la sala, y bajemos a la Cantina del Ateneo. Seguro que no te vendrá mal un pequeño refrigerio, después de las largas horas que debes llevar sentado en esa dura silla.
—Desde luego. Vamos abajo. Déjame que te invite a un café. Pero antes, permíteme que coja este librito que he sacado de la biblioteca; ya que estás aquí, quiero que le eches un vistazo…
* * *
—¡Hum! Sin este café de media tarde, no me siento plenamente yo mismo. Bueno, enséñame ese libro que antes me comentabas. Parece muy antiguo; pero viniendo de esta biblioteca, una de las mejores de España, especialmente en lo que se refiere a libros del XIX, no me sorprende…
—La verdad es que te voy a hacer partícipe de un pequeño «descubrimiento» que he realizado en los últimos meses: se trata de un diálogo filosófico, escrito por un tal Eduardo Céspedes de Entrerríos. Se trata de un misterioso personaje, del que apenas he logrado averiguar nada, salvo que debió nacer hacia 1846-47 (no he podido precisar mejor la fecha, ni el lugar, aunque todo apunta a que era madrileño), y que falleció en 1918, también en la capital. Parece ser que era alguien que poseía cierta fortuna, debida al comercio de Ultramar, pero que tenía gran afición al estudio de la filosofía. Según cabe inducir de los personajes del diálogo, que, indudablemente, son trasunto suyo, en el curso de un viaje que realizó por Alemania, en la década de los ochenta del siglo XIX, Entrerríos trabó conocimiento con la filosofía de Schopenhauer y Eduard von Hartmann, e incluso debió llegar a leer algunos de los ejemplares de la ya mítica primera edición de La Filosofía de la redención, además de algún libro de Bahnsen. También menciona a Nietzsche, del que parece haber estudiado, al menos, El Nacimiento de la tragedia. Investigando un poco más, he descubierto, también, que fue un entusiasta de la música wagneriana, y que llegó a ser amigo y colaborador del gran Rogelio de Egusquiza, formando parte del círculo wagneriano madrileño, que se reunía en Lhardy, y que, incluso, fue uno de los fundadores, en 1911, de la Asociación Wagneriana de Madrid. Un día, revolviendo los ficheros del Ateneo, a la búsqueda de una antigua edición de Baroja, encontré que este esquivo personaje había escrito el diálogo que tienes entre tus manos, que ya en su época debió de pasar completamente desapercibido, porque no lo he encontrado citado por nadie. Aquí lo tienes…
—Lleva fecha de 1898. La verdad es que ya el título, como decían nuestros queridos románticos, suena un tanto «peregrino»: Arturo, o el pesimismo. Supongo que alude, de algún modo, a Arturo Schopenhauer, y que en él se explicará, probablemente, la filosofía del Buda de Fráncfort, que este caballero, por lo que me estás diciendo, parecía conocer tan bien. Pero lo que me produce mayor asombro es el subtítulo del escrito: «Fantasía filosófica sobre los Jardines de la Granja de San Ildefonso» … ¿Qué significa esto?
—Si quieres saberlo, tendrás que leer el diálogo tú mismo, porque resulta largo de explicar. Parece que este filósofo aficionado (porque no me consta que siguiera estudios universitarios), pasaba largas temporadas en La Granja, y que debió conocer tanto el palacio como sus afamados jardines, como la palma de su mano. De hecho, si lees el libro, verás que no parecen tener secretos para él. Lo cierto es que, en este breve escrito, nos da una interpretación, no sé si correcta, pero desde luego sumamente original, de estos jardines, y lo que es más curioso, poniéndola en relación, no solo con el esoterismo, la alquimia, la cábala, etc., sino también con la filosofía pesimista, lo que ya resulta mucho más chocante.
—Me estás haciendo sentir verdaderos deseos de conocer el contenido de esta curiosidad bibliográfica… ¿Todavía pueden solicitarse pases temporales para la biblioteca del Ateneo?
—Sí, desde luego. Con la crisis económica del 2008, y el descenso de socios —acuérdate que antes, en esta «Docta Casa», como la llaman, había que hacer cola para acceder a un asiento—, somos muy pocos los que pagamos religiosamente nuestras cuotas, y muchos acceden a esta biblioteca solo por un período muy corto de tiempo, para consultar algún volumen, o tener un sitio tranquilo donde estudiar, cuando se aproximan sus exámenes.
—¡Estupendo! Voy a solicitar el pase ahora mismo; por favor, habla con el bibliotecario, y dile que me reserve el libro para mañana, porque supongo que tú ya lo habrás leído.
—Sí, claro; varias veces. Pienso, incluso, publicar un pequeño artículo sobre él. Pero me gustaría conocer tu opinión, antes de emprender este trabajo.
—El libro es breve, y, hojeándolo, promete ser de lectura sencilla y amena; un rasgo que, por cierto, parece compartir el caballero de Entrerríos con los demás miembros de la escuela pesimista. Algo muy de agradecer… Seguramente, es esta facilidad de pluma la que hace que, como decía José del Perojo, el pesimismo filosófico cuente con «adeptos», más que con «discípulos», como les pasa a otras escuelas filosóficas, inaccesibles al gran público, por la terrible complejidad de la jerga que emplean. En cuanto lo lea y medite un poco sobre él, te diré lo que me parece.
—Voy a reservar el libro. Lo tendrás aquí mañana, y te lo prestarán en cuanto tengas el pase.
* * *
(Al día siguiente, Luis P., una vez obtenido el correspondiente pase de lectura, se sentó en uno de los pupitres más apartados de «La Pecera», la sala más emblemática de la biblioteca del Ateneo, abrió el libro, e inició su lectura, que transcribimos literalmente).
MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator, es doctor en Filosofía (con la tesis “Arte y estética en Nicolai Hartmann”) y Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Especializado en estética y teoría del arte, su actividad investigadora se ha centrado, principalmente, en los autores de la escuela pesimista alemana e italiana, como A. Schopenhauer, E. von Hartmann, Philipp Mainländer (cuya obra ha introducido en España), Julius Bahnsen o Manlio Sgalambro, sobre los cuales ha publicado numerosos estudios, entre los que cabe mencionar: E. v. HARTMANN., Filosofía de lo Bello. Una reflexión sobre lo Inconsciente en el arte (Universitat de València, 2001); A. SCHOPENHAUER, A., Lecciones sobre metafísica de lo bello (Universitat de València, 2004); Ph. MAINLÄNDER., Filosofía de la redención (Xorki, Madrid, 2014); Diario de un poeta (Aus dem Tagebuch eines Dichters) (Plaza y Valdés editores, Madrid, 2015); Rupertine del Fino. Novela filosófica (Guillermo Escolar editor, Madrid, 2018); J. BAHNSEN, J., Lo trágico como ley del mundo y el humor como forma estética de lo metafísico (Universitat de València, 2015), “En la estela de Schopenhauer y Mainländer: la filosofía “peorista” de Manlio Sgalambro” (en: Schopenhaueriana. Revista española de Estudios sobre Schopenhauer, 3 (2018), pp. 9-31) y “Sgalambro e la musica” (en: AA. VV., La piccola verità. Quattro Saggi su Manlio Sgalambro, Mimesis Edizioni, Milano, 2019, pp. 133-160).
También ha investigado sobre autores como K. F. E. Trahndorff (“La Aesthetik de K. F. E. Trahndorff: Ideas para la fundamentación de un romanticismo cristiano”, en: Estudio Agustiniano, 36 (2001), pp. 91-126), X. Zubiri (“Sentimiento, realidad y belleza: un acercamiento a las ideas estéticas de Xavier Zubiri”, en: Estudio Agustiniano, 42 (2007), pp. 537-561); “¿Para qué poetas? (Según Zubiri)”, en: Cuadernos del Matemático, 45 (2010), pp. 91-96), o Rafael Argullol (“Nomadismo, arte e iniciación: apuntes sobre la estética de Rafael Argullol”, en: Paideía, 91 (2011), pp. 233-246).
Actualmente trabaja como catedrático de filosofía en el IES “Lope de Vega” de Madrid, habiendo sido nombrado en abril de 2017 presidente de la Sección Española de la “Sociedad Internacional Philipp Mainländer” (Internationale Philipp Mainländer Gesellschaft). Es creador de: Grial. Página web de la Sección Española de la Sociedad Internacional Philipp Mainländer (Internationale Philipp Mainländer-Gesellschaft) y del blog: https://blogeleusis.blogspot.com
Arturo, o el pesimismo Un diálogo (Fantasía filosófica sobre los Jardines de la Granja de San Ildefonso)
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