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Armenia, Te Amo
Vuelven a atacar a Armenia. Armenia, la destrozada y la llena de vida. La que vive en las novelas de William Saroyan. La que mira con nostalgia a su corazón el monte Ararat que está en territorio de Turquía. Aquella a quien le robaron el lago Van y ahora tiene que contestarse con el lago Sevan. Y el lago Sevan es su mar porque siempre añoran el mar.
Recuerdo cuando entramos en Armenia por tierra en el 2006 y los policías de fronteras nos recibieron con simpatía. Al entrar en Georgia desde Turquía se asombraban de todo, eran mucho más aldeanos. En Tiflis preguntábamos un dato por la calle y las jovencitas saltaban asustadas. Pero los armenios siempre han estado esparcidos por el mundo entero. Sin perder su personalidad. Y ahora viven en su rincón en el Cáucaso y siempre hay alguien que los acose.
Toda Yerevan latía llena de ocurrencias, estaban los grandes edificios cobrizos por todas partes, los armenios hormigueban por todas las esquinas, en la calle Abovian encontrábamos una araña gigantesca, había locales sugerentes por todas partes, cafeterías elegantes, fuentes, viejos edificios reciclados. Y todo bullía, se movía.
En la Plaza de la Ópera en mitad de la espesura se veían montones de cafeterías vibrantes, infinidad de terrazas se disponían en todos los colores, se montaba toda una fiesta. En una esquina había un estanque alargado con unos cisnes y una islita con un puentecito. Junto al lago un pianista enloquecido y desmelenado se echaba para atrás con un gesto descompuesto y una nariz larguísima, sus manos distorsionadas tecleaban de modo desaforado, parecía una fiesta del piano, una borrachera de la música. Pensé que tal vez era el gran compositor Kachaturian.
A esa plaza siempre ibamos a desembocar desde todas partes, nos perdíamos a veces en ella. En una esquina William Saroyan se estiraba en su abrigo largo, dejaba ondear su corbata, mostraba su mostacho gigantesco. Miraba al frente como si hablase por sus libros sin rigideces y sin cortes, con ese orgullo de ser armenio y de ser hombre, como cuando decía: “venid acá, hijos de perra, podéis perseguirnos, exterminarnos, acabar con nosotros, pero cuando se encuentren dos armenios en un bar charlando allí estará Armenia”.
En la explanada delante de la Cascada estaba sentado de piedra el arquitecto que trazó toda la ciudad, Sergei nos lo señaló un dia. Construyó algo decidido en la llanura del Ararat donde los armenios se explayaron una vez más sin reticencias y lo llenaron todo de vida. Veíamos discotecas, clubes de jazz, bares temáticos por todas partes, locales colgados en parques.
Un antiguo presidente aficionado al jazz solía acudir al Poplovok , un local medio subterráneo que se abría delante de un estanque y en el fondo tenía un piano. Una noche fuimos al club de jazz Mahlkas en la calle Pushkin, vimos fotos de grandes músicos del mundo, en una de ellas Aznavour sonreía rodeado de trompetistas.
En el Matenadaram, la Biblioteca, delante de la escalinata estaba sentado Mesrop Mashtots, el creador del alfabeto armenio, el gran patrón de los libros y su magia. Vimos manuscritos en todos los idiomas y en todos los alfabetos, vimos libros con miniaturas de la India, de Persia, de Siria, de paises europeos, de China, de Japón. Vimos unos dibujos de Hokusai, el gran creador ukiyo-e “las imágenes del mundo flotante”, con las sugerencias del instante y del agua. Había libros que habían desaparecido del mundo entero, tal vez de la Biblioteca de Alejandría, pero estaban allí. Con razón la Unesco declaró a Yerevan la capital mundial del libro en 2006. Nunca hubo pueblo más culto.
Parecía que esa ciudad había cogido lo menos malo de la época soviética, la piedra cobriza tenía incluso una calidad poética, y veíamos una cierta complacencia en las construcciones solemnes. Un día Sergei llegó por la mañana y nos hizo beber unas copas de coñac al desayuno, nos dijo que era una fiesta fundamental en Armenia. Al día siguiente apareció otra vez con coñac, nos dijo que era la fiesta de los que no habían participado en la fiesta anterior. Los armenios estaban deseosos de fiestas, allí delante del monte Ararat que era su fiesta lejana, la fiesta del mundo que se hunde pero renace obstinadamente. Como en las crisis de Sábato, como en la obstinación de Hermann Hesse.
El último día fuimos a la estación de tren, al sur de la ciudad. Vimos una estación grandiosa para solo dos o tres trenes de cercanías, con un vestíbulo vastísimo, con grandes lámparas y ventanales decorados. En la plaza estaba una gran estatua ecuestre del protagonista de la epopeya medieval “David de Sassun”, el héroe de la independencia de Armenia que luchó apoyado por los ángeles y las fuerzas sobrenaturales. El héroe se torcía hacia un lado con la espada extendida y un dinamismo increíble, miraba hacia Turquía, como diciendo : aquí os espero, venid si os atrevéis. Estaba lleno de espiritu, de entusiasmo y obstinación de la cultura.
Un día estábamos sentados en la Plaza de la República, mirábamos el gran estanque donde bailaban las luces. Se acercaron unos niños y uno de ellos me dijo que me vendía sus dibujos. Me enseñó varios, le dije que no podía, fue bajando el precio, eran unos dibujos interesantes, con trazos seguros. El niño hablaba con sencillez y desparpajo, con seriedad y atrevimiento, en un inglés mucho mejor que el mío Al final me dijo que me regalaba un dibujo, y entonces tuve que pagarle, pero quedé satisfecho. Me hacía gracia el niño, en él veía esa frescura de los armenios, su talante creativo, su creer en sí mismos, su dinamismo invencible, su buscarse la vida. Armenia me mostró la simpatía, la creatividad.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO
Gracias por su atención de la situación en la República de Artsakh y las condiciones en que viven los Armenios. El mundo debe prestar atención a esta guerra, porque Turkia quiere hacer la misma cosa en Cyprus y Grecia.