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ARMENIA O LA INSPIRACIÓN
Siempre conectaron con la vida. Eso es lo que significa la inspiración. Su epopeya “David de Sassun” canta a un héroe que defiende a Armenia con bravura y osadía contra enemigos poderosos. Una estatua del héroe en las afueras de la estación de trenes de Yerevan todavía entusiasma y anima a uno a resistir. A obstinarse en ser uno mismo, como decía Hermann Hesse. Ese jinete inspirado me inspiraba a mi.
Nuestro casero Sergei en Yerevan nos decía: “cómo no vamos a querer a Rusia, es la única que nos apoya”. Muchos armenios susificaban sus nombres. Un pintor de tormentas en el mar como Aizazovsky en realidad era un armenio llamado Johannes Aivadzian. El gran director de cine armenio Parajanov, admirado por Fellini y Orson Welles, era considerado un director ruso. Se fundían con Rusia. Nuestra casera Nune en el lago Sevan decía: “queremos a Rusia porque Rusia nos quiere”.
Ahora Rusia abandona a Armenia, casi se la entrega a Azerbaijan. Y Europa también la abandona. Aunque siempre fueron una Europa escondida en el interior del Cáucaso. Pero como Paul Tillich, Armenia siempre tuvo el “coraje de existir”. Y como en la obra de Albert Camus después de la angustia de “El mito de Sísifo” encuentra la rebeldía y la dignidad en “El hombre rebelde”.
Recuerdo cuando entramos en Armenia por tierra en el 2006 y los policías de fronteras nos recibieron con simpatía. En Georgia se asombraban de todo, eran mucho más aldeanos. Pero los armenios siempre han estado esparcidos por el mundo entero. Sin perder su personalidad. Y ahora viven en su rincón en el Cáucaso y siempre hay alguien que los acosa. Los turcos casi lo extermian a principios del siglo XX.
William Saroyan escribió: “Venid acá, hijos de perra. Podéis atacarnos, insultarnos, exterminarnos. Pero allí donde haya dos armenios bebiendo estará Armenia”. Yo siempre empezaba mis visitas a Yerevan junto a la estatua de Saroyan al pie de la Cascada Escalinata, con su abrigo y sus cabellos agitándose al viento. Con el viento que que agitaba sus libros.
Toda Yerevan latía llena de ocurrencias, estaban los grandes edificios cobrizos por todas partes, los armenios hormigueban por todas las esquinas, en la calle Abovian encontrábamos una araña gigantesca, había locales sugerentes por todas partes, cafeterías elegantes, fuentes, viejos edificios reciclados. Y todo bullía, se movía.
En la Plaza de la Ópera en mitad de la espesura se veían montones de cafeterías vibrantes, infinidad de terrazas se disponían en todos los colores, se montaba toda una fiesta. En una esquina había un estanque alargado con unos cisnes y una islita con un puentecito.
Junto al lago un pianista enloquecido y desmelenado se echaba para atrás con un gesto descompuesto y una nariz larguísima, sus manos distorsionadas tecleaban de modo desaforado, parecía una fiesta del piano, una borrachera de la música. Pensé que tal vez era el gran compositor Kachaturian.
En la explanada delante de la Cascada estaba sentado de piedra el arquitecto que trazó toda la ciudad, Sergei nos lo señaló un dia. Construyó algo decidido en la llanura del Ararat donde los armenios se explayaron una vez más sin reticencias y lo llenaron todo de vida. Veíamos discotecas, clubes de jazz, bares temáticos por todas partes, locales colgados en parques.
En el Matenadaram, la Biblioteca, delante de la escalinata estaba sentado Mesrop Mashtots, el creador del alfabeto armenio, el gran patrón de los libros y su magia. Vimos manuscritos en todos los idiomas y en todos los alfabetos.
Vimos libros con miniaturas de la India, de Persia, de Siria, de paises europeos, de China, de Japón. Vimos unos dibujos de Hokusai, el gran creador ukiyo-e “las imágenes del mundo flotante”, con las sugerencias del instante y del agua.
Había libros que habían desaparecido del mundo entero, tal vez de la Biblioteca de Alejandría, pero estaban allí. Con razón la Unesco declaró a Yerevan la capital mundial del libro en 2006. Nunca hubo pueblo más culto. Y Armenia era la fiesta de los libros, la verbena de los alfabetos.
El nefasto Pierre Loti, viajero ombliguista por el mundo entero, justifica el genocidio de armenios porque otros imperios también cometieron genocidios. Y los consejeros de Hitler le decían sobre el genocidio de los judíos: “No pasa nada, mira lo que ocurrió con el genocidio armenio, la gente ya ni se acuerda”. El inolvidable armenio Charles Aznavour lo recuerda en la película “Ararat” del armenio canadiense Atom Egoyam.
Un día estábamos sentados en la Plaza de la República, mirábamos el gran estanque donde bailaban las luces. Se acercaron unos niños y uno de ellos me dijo que me vendía sus dibujos. Me enseñó varios, le dije que no podía, fue bajando el precio, eran unos dibujos interesantes, con trazos seguros.
El niño hablaba con sencillez y desparpajo, con seriedad y atrevimiento, en un inglés mucho mejor que el mío Al final me dijo que me regalaba un dibujo, y entonces tuve que pagarle. Me hacía gracia aquel niño, en él veía esa frescura de los armenios, su creer en sí mismos, su dinamismo invencible. Y ahora Rusia abandona a Armenia.
Son un ejemplo del renacer continuo, de la resiliencia infinita. Donde haya dos armenios bebiendo estará Armenia. Igual que la Humanidad recomenzó todo en el monte Ararat después de acabarse todo. Ellos miran sin fin el monte Ararat, aunque ahora el monte está en Turquía. También sobre mí cayeron muchos diluvios, pero siempre recomencé a partir de mis interiores Ararat. Y siempre conecté con la vida. Eso es lo que significa la inspiración.
ANTONIO COSTA GÓMEZ FOTO: CONSUELO DE ARCO
ARMENIA O LA INSPIRACIÓN