Antonio Varo Baena nace en Montilla en 1959. Es médico y escritor en los géneros de poesía, narrativa, ensayo, novela y teatro. Actualmente es Presidente del Ateneo de Córdoba. También es académico correspondiente por Montilla de la Real Academia de Córdoba. Ha sido director-gerente de la Fundación Vicente Núñez, es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de España. A lo largo de su carrera literaria ha sido

galardonado con diversos premios de poesía, entre los que podríamos destacar el Premio Internacional Arcipreste de Hita en 1992; una Mención Honorífica del Premio Nacional Luis Carrillo de Sotomayor del mismo año; el Premio Góngora del Colegio de Médicos de Córdoba en 2004 o el Premio AEFLA de Poesía 2007 Y 2015. Ha participado en diversas antologías poéticas y como jurado en numerosos certámenes literarios entre los que destacan el Juan Bernier y el Leonor de Córdoba.
LA SOMBRA
Nunca podré dejarte. La vida es una sombra
y la sombra es el humo del silencio futuro.
Nunca podré olvidarte. Tu alma, esquiva y sola
como siempre, ahuyenta las frías ascuas del pecho,
como si en tu amor, todo amor es quimera,
habitara la leña que alumbra los sentidos.
Nosotros nos miramos, sabemos las palabras
de las tardes de septiembre, sedientas como vino,
de las luces de octubre que engañan la existencia.
Y tu dolor, espada, es mi herida y elegía,
y tu dicha, epítema, mi fervor y deseo.
Cantaremos la luna tras la ventana helada.
volaremos el viento con alas de noche,
mas todo quedará por hacer en nosotros.
Cuando el sol de los día caiga sobre la tierra
y las sombras ajenas busquen el sueño oculto
de otros cuerpos y rostros, la última estrella clara,
serán verdad los años aún no vividos,
la humedad de las manos que se rozan temblando
como hojas en la escarcha, el sabor de la infancia,
el color ocre y mustio de las horas perdidas.
No somos polvo y arena, sí o no enamorados,
sino carne extraviada que su cobijo encuentra
entre el cielo y la tierra, en los ojos y labios,
en los muros de cal y en los esplendores de hierba.
¿Qué será de nosotros cuando hayamos huido
de las llamas que queman, del dulce y amargo láudano
que el olvido acrecienta y los gozos secreta?
¡Es tan áspero el mundo, el hogar tan lejano!
Hagamos nuestra casa -sin preguntas de mármol
ni respuestas de niebla-, con huellas del pasado.
Nunca podré dejarte. Orea el paso del tiempo
y el tiempo fenecido es solo una sombra eterna.
¿Renunciar a amarte?
Todos los vientos de la lluvia
vienen del Norte,
son los vientos de la muerte.
Sólo el amor nos justifica
y el muro de la gloria
es aquél en que se derrama
la espesura de lo efímero.
Y sé que toda la tersura
aceitunada de tus ojos,
el sueño de tu piel,
son nada más instantes
que se devoran entre ellos.
Emma, llegaste a mi
como la noche, sin remedio,
y en ese hueco de sombras
ya sólo cupo la espera
de lo interminable.
(Del libro Cartas a Emma, 1997)
LA VISITA
La veo ya venir, con el sigilo
desnudo de quien descalza pasea
el mármol blando del patio y desea
el almidón blanco de la falda de hilo.
Parada junto a la columna estilo
jónico, en sus labios de hielo recrea
el pasado, y en los ojos, como tea
de aceite, el aliento, la vida en vilo.
La memoria es la ceniza, el poso
de otro tiempo, un pálido manto
como el velo en flor que en reposo
amamanta el vino y consuela el alma.
En escorzo del aire, sueña el canto
que un día, lejano, hallará la calma.
LAS ESTACIONES
Hubo un tiempo sin relojes
en que las estaciones del año
marcaban el ritmo de la vida.
La primeras lluvias del otoño,
la flor verde de la primavera,
los amaneceres del verano
y las tinieblas en el invierno,
forjaban el quehacer y la dicha.
No era mejor aquel tiempo
que el que nos toca vivir ahora,
la vida siempre es dolor, demora,
es hoguera y son cenizas.
Pero aquella soledad
era siempre menos sola
con los árboles que nos miraban
y cobijaban bajo sus copas,
y los olivos sedientos,
acechando con sus sombras,
lindaban el color de las viñas,
cercaban a las veredas rotas.
El gañán y el jornalero
levantaban el sol de las bestias
cuando se marchaban a la poda
y la jatería a la quinzada
era la primera fiesta.
El arriero y la vendimiadora
andaban entre terrones
con la pausa de las horas,
cansados y a veces tristes
con sus sueños y sus derrotas.
Ese tiempo ya no volverá,
pero quedará en nuestra memoria.
CUANDO EL AMOR LLEGA
Cuando el amor llega
no debe andar lejos la muerte.
Me pides un poema
que devore las entrañas,
como el hombre desnudo
para ocultar su impudicia,
como la mujer que implora
el final del dolor del parto.
Ya te di el sonido apagado
de mis palabras escritas,
el punzón de taladro
de las páginas en hueco.
Te di todas mis soledades,
mis ideas, mis sentidos.
¿Quieres un poema?
Tómalo aquí me tienes
SARMIENTOS
Los sarmientos al moverse
me susurraban
la vida de los otros,
la soledad que habita entre los terrones.
Me enseñaron a hablar,
la voz del hombre y el gesto de un niño.
En invierno, lo sarmientos perdieron
el color oro del otoño,
arden con humo blanco como la leche
y lento como se cría el vino.
Con su carraspeo susurran
mi propia vida y el alma de los míos.
UN HOMBRE DESNUDO
“Nuestro viaje es por entero imaginario. Va de la vida a la muerte”.
Céline
Un hombre desnudo
se parece a un libro vacío,
devorado por el mundo
como el sueño por la noche
es sólo un recipiente frágil
una presencia maldita,
un lienzo en blanco
donde se dibujan colores oscuros
y cuelga de una pared blanca.
Es el delirio de un loco
la locura de un sabio,
un viaje sin destino,
es el cuenco del amor.
Por eso navega a la deriva
y viaja, hasta el fin viaja.
Antonio Varo Baena