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Antonio Colinas. Canciones para una música silente
Por Francisco Vélez Nieto
“Las intuiciones de los poetas son las aventuras olvidadas de Dios.
Elias Canetti
“Este libro desea ser un gesto de libertad creadora” manifiesta Colinas en su “Nota a la edición” a su final. En todo el desarrollo poético de la obra juegan un especial papel los símbolos. Cierta es la seductora soltura de los versos que nos llevan a percibirlos, conduciéndonos a través de su lectura, a saborearlos con placidez y claridad. Y siguiendo la nota nos señala que “primordialmente los dedicados a la mujer“como en un juego entre frescura y calor rodeado de belleza y pasión medida:
Ahora irá descendiendo
La noche sobre el trópico
y quizá, en tus labios, una dulzura nueva
encenderá los versos que más amas.
La poesía de Antonio Colinas ofrece una desnuda transparencia que de nuevo en Canciones para una música silente flotan meciendo rica calidad lírica temática en cualquiera de los siete capítulos que lo componen. Eso sí, se advierte lectura con exigencia puesto que “”No es un libro para lectores perezosos: por su extensión y porque es complejo” Y en verdad sus poemas nada tienen de artificioso sino “Una música interior callada, serena. Es la culminación a la llamada del silencio” Aquí una hilera de versos de Siete poemas civiles en la que recuerda sin odio, pero con profundo dolor la tragedia familiar padecida:
Se llamaba José. / Fue el asesinado de nuestra familia. / Fue uno de esos muertos / que hubo en casi todas las familias / de aquel país que se llamó Caínlandia. / En concreto, fue uno de aquellos siete mil / y pico que creyeron simplemente / en lo sagrado. / Nada más.
Corría 2011 cuando Colinas publicó en la editorial Siruela su “Obra Poética completa” Y ahora, tres años después, vuelve a editar también en la misma y cuidada editorial este nuevo y extenso poemario compuesto de esos siete libros, secciones, que se cierra con las “canciones silentes” Desde el recogimiento de la edad y recuerdo del andar vivido de los que el poeta recupera y desliza secuencias e imágenes, situándose en ese presente desde el que todo poeta se sustenta por medio de lo vivido que guarda bajo la bóveda de la memoria, alimentar con remembranzas el frescor de los veneros que irán vertiendo en la fuente el alimento para calmar la sed poética.
“Tiene esta casa hundida en la arboleda, / la fortuna de un cubo / perfecto y es de cal / resplandeciente. / Es la casa del hombre”
Y desde ella el baño de amor, la mujer en la pasión debida, el padre y la madre “Es un espacio para el encuentro y la memoria. Un libro muy alquímico, una alquimia como la entendía Jung, como un proceso psicológico de transformación; por eso, es un libro que necesita sosiego” Aquel Mediterráneo donde su creación lírica tanto floreció en los surcos de la sensibilidad creativa, emoción agradecida de ser el poeta conciente y conmovido “Para el que sabe ver / siempre habrá al final del laberinto de la vida / una puerta de otro”
Una obra que ahonda en la belleza donde el creador se siente reflejado de por si en esa larga y meditada andadura a través de una subjetiva variedad de áreas vividas con cuidado y esmero, armonizador del palpitar y sentir mostrando la sólida estructura poética en lo más amplio de su caudal sin limitaciones dado que son los adioses muestreando deseos de tomar vuelo para mecerse de nuevo al viento, rememoración de tiempos con brindis de bondad agradecida, en un proceso en el que “juegan un gran papel los símbolos”
Solo la noche podrá detener
este combate
de la palabra desnuda
contra la flecha envenenada.
del tiempo,
que ya tensa su arco
Antonio Colinas. Canciones para una música silente