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Añoro el Secreto de los Pintores Song
Los pintores clásicos chinos pintan paisajes infinitos, monasterios perdidos en lo alto de las montañas, nieblas y nubes en que los seres humanos se pierden y se vuelven enigmáticos. En ellos lo principal es la atmósfera, lo que une todo con todo, lo imponderable que está detrás de todos los objetos. En ellos influyó mucho el taoísmo, y más tarde el budismo zen.
El zen trata de captar la naturaleza por encima de las palabras, las separaciones, las clasificaciones. Y eso mismo pretende la pintura clásica china. El pintor chino de paisajes no pretende describir los objetos sino captar su aura, descubrir el espíritu en que se sumergen. Que los transforma, que les da vida y misterio. La pintura china pretende captar el aliento, el tao, la divinidad de la naturaleza.
Eso hizo en su “Templo budista en las montañas” de Li Cheng, pintor de la dinastía Song, hacia el siglo X. Escribe Isabel Cervera: “Su pasión por las montañas y los valles le inclinó a vivir entre ellos y hacerlos parte de su espíritu, derivando de ello la explosión de fuerza y vida que se refleja en sus obras”.
Ahora ese cuadro está en el Nelson Atkins Museum en Kansas City. Está junto a un lago en una ciudad llena de fuentes. Li Cheng sabe mirar, suelta su mirada. Y luego suelta la mano y pone su visión en el cuadro. Roza lo que no rozan los que tienen la mirada enjaulada. Sabe ver el misterio y después sabe pintarlo. Toda nuestra mirada es mentira, pero él rompe esa mentira.
Li Po nos daba algo parecido con la levedad y la fantasía de sus poemas. Con sus poemas borrachos de naturaleza y de bohemia. No quería los cargos en los palacios, quería vagar entre las brumas de las montañas. Solo así se le aparecían los dioses. Tampoco Li Cheng quiere cuadricular el mundo, quiere soltarlo. No quiere enseñarnos nada, quiere romper las enseñanzas. Quiere hacernos mirar de verdad, con los ojos rotos y libres.
Li Cheng pinta el mundo lleno de vida y de espíritu. El mundo que palpita sin fin. El mundo real que es tan extraordinario como si fuera un sueño. Li Cheng fue uno de los pintores más maravillosos que han existido, pero pocos lo saben en Europa. Y en su propio país tampoco por culpa de las ideologías y las doctrinas. Las doctrinas no dejan ver nada en ninguna parte.
Vivió en la dinastía Song, la más exquisita de China, que floreció en torno a los lagos de Hang Zhou. Mientras los bárbaros asolaban el norte allí desarrollaron la exquisitez y la poesía. Y muchos se fueron a las montañas para escapar de las mezquindades y las estrecheces mentales.
El pintor chino pinta con el espíritu, no con la técnica. No va a talleres de pintura, sino que afina su sensibilidad. Igual que Li Po no iba a talleres literarios. Los monasterios perdidos en las montañas cuyos muros se confunden con las ramas de los árboles, los monjes que parecen exhalaciones, el aire que parece agua y viceversa muestran esa inasibilidad de todo. El pintor chino capta el tao, el soplo del universo, su alma. Como el maestro chan que cuenta los koan sorprendentes a sus discípulos, rompe todos los discursos , y entonces vemos.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
Añoro el Secreto de los Pintores Song