- Ernest Hemingway, la novela que encierra el gran cuento - 24 de noviembre de 2020
- Edmond Hamilton, la ciencia ficción narrada con sencillez magistral - 12 de octubre de 2020
- Andrea Camilleri, la literatura consciente de sus rasgos sociales - 3 de octubre de 2020
Andrea Camilleri, la literatura consciente de sus rasgos sociales
Tirar del hilo es la póstuma y más reciente novela del autor siciliano. El comisario Salvo Montalbano nació en 1994 con La forma del agua. El primero de otros más de treinta títulos que lo inmortalizan como personaje literario contemporáneo.
EL PARLAMENTO DE LOS IMBÉCILES. En esta época que sufrimos bajo la amenaza pandémica de la enfermedad del coronavirus y sus terribles y luctuosas consecuencias, las necias declaraciones vertidas desde atriles institucionales de carácter nacional e internacional, me retrotraen a una de las obras cervantinas a las que el autor español encuadró y denominó como Novelas ejemplares. Concretamente la que se conoce popularmente como El coloquio de los perros. Si bien su título real es Novela y coloquio, que pasó entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del Campo, a quien comúnmente llaman “Los perros de Mahudes”. Su resonancia nos remite a esos largos títulos que, en cierta manera, entreabren una especie de acertijo, de juego en el que el lector se ve inmerso desde la primera aproximación. Ecos de altísimo vuelo literario enunciados en la largura de aquellos que en el siglo XX tienen su comparativa hispanoamericana, entre otros, con el siempre vigente e imprescindible Gabriel García Márquez. La buena literatura siempre halla espacios intemporales de encuentro. De ahí su capacidad de pervivencia laboriosa que no cesa. Se trata de autores y obras reactivas que continúan escribiéndose. Es decir, que logran trascender más allá de lo que su escritura original predijo. Los lectores la transforman en una obra nueva porque la novedad estriba en ese acontecimiento singular que solo ellos tienen el arbitrio de hacerlo o no posible en el tiempo. Atribuir el don del lenguaje a dos canes establece el parangón diferenciador con respecto a otras aproximaciones como las fábulas. En este caso los animales son sabedores que hablan y del significado de tener lenguaje. Uno de los dos perros es apaleado en su intento de intervenir en un asunto de extrema practicidad: cómo solventar la plaga de enfermedades que acarrean las vagamundas prostitutas a todos aquellos que se hacen de sus servicios. Berganza desea manifestar su solución al Corregidor pero solo articula ladridos que son correspondidos con una cruel paliza. Cervantes evita que sepamos cuál es la solución al problema. Sin embargo podemos intuir el halo de influencia en su entendimiento de los cuatros hombres soñadores y locos por los que fue acompañado en el Hospital de Valladolid. “La sabiduría en el pobre está asombrada; que la necesidad y miseria son las sombras y nubes que la escurecen, y si acaso se descubre la juzgan por tontedad y la tratan con menosprecio”. El posicionamiento social, la jerarquía económica, la doble moral investida de buen hacer tienen acceso a la sabiduría. A esa sabiduría que es oída y atendida porque se expresa. Quizás el apaleamiento es un mal menor, teniendo en cuenta que la sabiduría desconsiderada por su origen no es tenida en cuenta, no es oída, no existe. Finalmente el diálogo entre ambos perros es la expresión humanista que reflexiona sobre la condición humana, “la virtud y el buen entendimiento siempre es una y siempre es uno: desnudo o vestido, solo o acompañado. Bien es verdad que puede padecer acerca de la estimación de las gentes, más no en la realidad verdadera”. La realidad verdadera que acaba por atropellar a quienes desde su responsabilidad en el ejercicio de poder democrático, minimizaron este drama planetario sin dejar de ser oídos en su más alta expresión de sansirolé y, lo que es peor, menospreciando otra visión menos arrogante y más ajustada a nuestras limitaciones. Al contrario de los políticos y sus parlamentos hueros y embaucadores, las buenas novelas policiacas se sinceran con el lector y les hacen acusar el golpe de las sombras que maquinan desde esa parte inconfesable del ser humano.
LA FORMA DELAGUA -Editorial Salamandra. 1994.Traducción de María Antonia Menini Pagès-. En el año 1988 Manuel Vázquez Montalbán publicaba una novela corta titulada Cuarteto. Germán Ventós narra en primera persona su relación con dos parejas que conoce en un viaje a Luxor en 1977. El hecho fundamental que se plantea en derredor al crimen comohecho motivador de la trama, es el fondo abisal de horror que contiene el espíritu humano. Y que en el caso del escritor catalán implementa con escenas visuales en las que anexiona territorios concernientes a la pintura, cine y literatura. Un entramado de personalidades con las que reflexionar en voz baja. Una especie de confesión sobre lo indecible. En un momento determinado el personaje clama la negación de su propio interior y subraya la dificultad insalvable de convivir con este, “Lo mejor es conformarse con la apariencia de la realidad y escoger sus facetas más placenteras y hermosas. Bastante hay con el infierno interior, esas arenas movedizas donde remordimientos e inseguridades se tragan tu propia identidad ¡Si se pudiera extirpar la capacidad de mirar dentro de uno mismo”. Hace apenas un año moría el escritor italiano Andrea Camilleri. Coincidiendo con su aniversario la Editorial Salamandra ha publicado Tirar del hilo, volumen treinta incluyendo el libro de relatos, de la saga en la que el comisario Salvo Montalbano deleita a los lectores en español desde 1994, fecha en que fue publicada su primer título, La forma del agua. En esta primera novela los personajes tienen el encanto primario de verse pronunciados por primera vez. Y si bien alguno de ellos desaparece y otros más populares aún esperaremos para verlos, la arquitectura literaria se denota en ese primer apunte del edificio. Los signos de identidad del poco convencional comisario caracterizan la forma de contar de Camilleri. Entre el desenfadado estilo que nos procura cierta dosis de humor y el drama que entremezcla política, asesinato y delincuencia. La perversión de un mundo de la que el funcionario policial sin dar la espalda se regenera fisica y mentalmente cada mañana zambullendo su cuerpo y su mirada en las aguas del Mediterráneo. Su vivienda a orillas de ese mar mestizo, se constituye en el fortín animoso y psicológico desde donde fortalecerse antes de empezar a bajar cada día el lóbrego sótano donde se encierra la desatada corrupción a la que hace frente con especial lucidez y sagacidad. En esta ocasión la muerte del ingeniero Silvio Luparello centra sus pesquisas. Pino Catalana y Saro Montaperto, dos arquitectos técnicos en paro que gracias a la intervención del honorable Cusumano, el alcalde de Vigàta -el pequeño e imaginario pueblo siciliano que en la magnífica serie televisiva se corresponde a la localidad de Ibla (Ragusa)- trabajan en La Splendor, empresa adjudicataria de la limpieza urbana. Ambos son enviados a limpiar los alrededores de lo que se denomina popularmente aprisco. Por un antiguo uso relacionado con el pastoreo del ganado y hoy convertido en fósil de una industria química abandonada. Retrato de la especulación del medio natural para surtir intereses espurios. Este recinto es lupanar a la intemperie donde el mercadeo de la carne solícita y las drogas blandas brillan por su presencia, bajo la atenta mirada de Gegè Gulleta. Amigo de la infancia, pequeño camello y a ratos confidente del comisario que administra este espacio bendecido por las instancias oficiales, que hacen la vista gorda y donde putas y chaperos abanderan la promiscuidad. En ese lugar es encontrado el cuerpo del secretario provincial del Partido Popular, católico practicante, que durante veinte años ha mantenido una discreción absoluta. En la sombra y el silencio habia obrado para tejer alianzas e ir escalando peldaños en su carrera política a la que en público era indiferente. Y en las que el abogado Pietro Rizzo era su mano derecha emparentada con la mafia. A partir de estos hechos las pesquisas de Montalbano van tornándose cada vez más siniestras e inquietantes pero siempre brindadas por esa labor de buceo en el alma humana y sus debilidades, carencias y frustraciones. El lodazal contiene trazas de índole sexual que la voracidad del poder político utiliza, temiendo que su cota de influencia se vea amenazada y emprende esa lucha encarnizada que no conoce límites. El poder ejecutivo, judicial y eclesiástico presionan para que el caso se cierre como muerte natural y evitar el escándalo. A lo que el policía se resiste primero por intuición y más tarde por la correlación de hechos incriminatorios. Como en posteriores títulos, nuestro comisario no adolece de ese sentir humanista que deriva en compasión por el vapuleo a los débiles, damnificados por un destino rocambolesco o estigmatizados por la maledicencia social. Así encontramos otras historias menores que no forman parte del núcleo central de la narración, pero sí de su cometido como autoridad policial ejercida no sin cierto escepticismo, como la del octogenario maestro Giosue Contino y la relación con su esposa. O la de Fatma ben Gallud, con el sobrenombre de Carmen, que sueña con abandonar la prostitución tras la propuesta de un cliente. También la de las mujeres de los obreros de la fabrica de sal, entorpeciendo el tráfico ferroviario ocupando con sus cuerpos las vias de la estación en protesta por los despidos. Incluso de la rara enfermedad que sufre el hijo de Tana y Saro. En todas ellas el aura del comisario sin que peligre su rigurosidad en el desempeño de sus funciones, trata de driblar estas realidades y componer un estado que en ocasiones se abre como vía de esperanza. Aunque otras inevitablemente se malogran. En el fondo es un rebelde inteligente que a sabiendas de los límites de su autonomía, los potencia sacándoles el máximo partido para con esos fines
ANDREA CAMILLERI, LA ESCRITURA SIN EDAD. El creador italiano fue un autor tardío. Dramaturgo y guionista televisivo, publicó su
primera obra a la edad de cincuenta y tres años, El curso de las cosas. Al igual que sus dos obras posteriores pasaron de puntillas por el horizonte literario de su país. En 1994 con la edad de sesenta y cuatro años inicio con La forma del agua una incursión que le ha llevado hasta su muerte en 2019 a una trayectoria favorecida por los lectores ávidos de nuevas entregas de Salvù, como le llaman cariñosamente sus allegados. La cifra de obras publicadas sobrepasa la centena traducidas a ciento veinte lenguas y con más de treinta y cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. No está mal para un escritor que empezó en el oficio con más de cincuenta años. Algo más de la treintena corresponden al popular comisario. Las obras restantes, aún no publicadas en español incluida la más reciente Tirar del hilo, no fueron escritas por él. Su ceguera le obligó a dictarlas a su colaboradora y agente literaria Valentina Alferj. Aún restan otras cuatro tras la última ya referida centrada en el drama de la inmigración en el Mediterráneo. Lleva como título Riccardino, que cierra el círculo. A las que le preceden La rete di protezione, Il metodo Catalanotti e Il cuoco dell’Alcyon, muy anterior a esta afección visual provocada por un glaucoma, que no redujo su hábito de acérrimo fumador.
LA INSUFRIBLE CONDICIÓN HUMANA. Las raíces sicilianas del policía y del escritor se entremezclan. Por más que aquel habite en la localidad ficticia de Vigàta y este naciera en la real de Porto Empedocle. Valentina Alferj señala que “Él escribía por la mañana, yo trabajaba al lado y, poco a poco, se puso a leerme en voz alta lo que hacía. Su escritura, con tanto trabajo dialectal, debía ser probada en la oralidad”. Este aspecto y tratamiento de la palabra en la trama detectivesca singulariza a una geografía y las connotaciones que de ella se derivan. La forma de ser de sus habitantes y el lenguaje que emplean constituye por si mismo el localismo que bien construido se hace universal. Cuestión nada asequible pero que en el caso de Camilleri secunda la sombra de la pasión humana y esta, cualquiera que sea el acento que la contenga, siempre hablará de los temas que hacen del ser humano un extraño recluido en si mismo. En esa inmersión a la ambigüedad que concilia la mano asesina con la devota, Montalbano analiza el destello de la perfidia, el latrocinio, la corrupción política, el crimen. En este sentido la invocación del personaje literario rememora la del escritor Manuel Vázquez Montalbán. Cuando leyó Asesinato en el comite Central, su impresión le reveló que si alguna vez se internaba en los caminos de la novela negra, esta sería la forma de escribirla. Con la nota de humor y retranca que le caracterizó, señalaba que “Pepe Carvalho no representó nada para mí, es solo un personaje y Manual Vázquez Montalbán es un gran escritor que ha representado muchísimo para mí”. De ahí su reconocimiento al incorporar el apellido Montalbano a su creación ya que también lo es muy usual en Sicilia. También afirmaba que “El personaje de Vázquez Montalbán tiene muchos puntos comunes con mi Montalbano”. Eso sí, “si vivieran en la misma casa, no estarían muy cerca”.
ELUNIVERSO MONTALBANO. La localidad de Vigàta, provincia de Montelusa, es el epicentro siciliano que acoge la personalidad policial del dottò. En esta primera obra el pensamiento de dos de los personajes define su perfil de esta peculiar manera, “Se dirigieron a la comisaria del pueblo. La idea de acudir a los carabineros ni se les paso por la cabeza, pues los mandaba un teniente milanés. En cambio, el comisario era de Catania, se llamaba Salvo Montalbano y, cuando quería entender una cosa, la entendía”. Estamos ante un hombre que comprende el carácter isleño de sus habitantes porque él también es uno de ellos. No hay doblez en su forma de entender las relaciones humanas. Su honestidad y perseverancia unido a cierto grado de perspicacia analiza el comportamiento humano y le dota de un componente psicológico nada despreciable. Le acompañan en la ingente tarea de investigación el subcomisario Domenico Mimí Augello, el siempre pulcro, diligente y eficiente sargento Giuseppe Fazio, el metódico y huraño doctor forense Pasquano con su insaciable apetito pastelero, el agente Galluzo y el que en las siguientes entregas surgirá con un espíritu de servicio tan fiel como desconcertante en sus formas de cortesía y en el lenguaje retorcido que emplea: el agente telefonista Agrigento Cattarella. La gastronomía es otro trasunto que redunda en ese equilibrio entre lo epicúreo y estoico que convive en el personaje, tanto en su propia ejecución culinaria como en sus visitas a la hosteria de San Calogero. También con Adelina, su fiel asistenta y paradojicamente madre de dos presos, uno de ellos atrapado por el comisario. Pero el verdadero contrapunto lo ejerce Livia Burlando. Su novia de toda la vida, nunca mejor dicho. La distancia hasta Génova, su lugar de residencia, la convierte en ese cambio de tono y ritmo que Montalbano asume como algo circunstancial en el amor. Las periódicas visitas de estas son el gozne que articula ese entornar la puerta sin que el compromiso se haga efectivo ni malogre el grado de independencia entre ambos. El teléfono se convierte en hilo conductor para salvar la distancia que les separa. En ella encuentra el remanso de paz, también en ocasiones de cierto agobio, que los propios altibajos vitales consolidan con fidelidad y honestidad. Es la vida misma soñada e idealizada que se reconoce en una relación atípica, pero que para ellos, y más concretamente para el comisario, se convierte en un revulsivo para su trabajo. En los diálogos entre ambos personajes, Livia sigue los casos e incluso se permite la libertad de orientar hacia ciertos caminos de la investigación a modo de sencilla observación o, como en esta novela, criticar la actitud ética de su novio a la hora de abordar un asunto y valorar sus consecuencias.
EL POLICÍA ES SENSIBLE AL ARTE Y A LA LITERATURA. De ahí los lances que en esta obra se mantienen con alusiones a Luigi Pirandello, Leonardo Sciascia, Renato Guttuso, Mario Mafai y Antonio Donghi, entre otros. Estas anotaciones aquilatan por parte del escritor el deseo de dotar a su creación de distinciones equivocas que motiven esa especie de contradicción entre portar un arma para defender la ley y admirar una hermosa pintura. Pero quizas lo más significativo porque asi lo motiva el propio autor, es que Montalbano es consciente de su valor social y la representación de cada una de sus obras en este sentido. Camilleri lo sentenciaba de esta manera, “La novela policial refleja las cosas como son. Hoy es insoportable una novela negra que solo tenga el enigma policial. Se convertiría en una banalidad. En cambio, la novela policial es realmente social”. Atendiendo a la actualidad de nuestro país, me pregunto cómo sería la investigación que emprendería el comisario sobre la operación Kitchen. Sin duda sustanciosa y jugosa. Villarejo no aguantaría la mirada punzante y a la par desenfadada de Montalbano. Dos comisarios frente a frente. Aquel cubierto por la infamia y la depravación. Y este con la certeza incuestionable que el poder degrada tanto como la honestidad hace sufrir a quien la practica. En la obra El simple arte de matar, de Raymond Chandler, publicada en 1950, el escritor estadounidense reflexiona sobre la novela negra, “Hemingway dice en alguna parte que el buen escritor compite unicamente con los muertos. El buen escritor de historias de detectives (al fin y al cabo tiene que haber unos cuantos) compite no solo con todos los muertos sin enterrar, sino también con todas las huestes de los vivos”. Vivos que leen a la par que se transfiguran en el papel del investigador que desentraña la verdad oculta. Quizás, y volviendo a Cervantes, con Montalbano Camilleri nos habla de la sabiduría de los que no son poderosos pero que tienen con él la posibilidad que esta pueda ser expresada y, por consiguiente, oída. A saber, que existe. Y lo es en la medida que el comisario y el escritor mantienen una visión inconformista con el mundo pero sin desengañarse. El desencanto por la realidad siendo legítimo no significa dejar de mantener la actitud juiciosa ante la vida, que nos permite diferenciar entre la presunción de aparente inocencia del bien y la perversión del mal.
Pedro Luis Ibáñez Lérida