Amante infiltrada, el deseo que anuncia el olvido

Amante infiltrada, el deseo que anuncia el olvido

Pedro Luis Ibañez Lerida

Paco Carrascal abriga en su abrazo poético la fe en el amor. A modo de apunte emocional y biográfico nos invita a transitar por la mística del erotismo. Es decir, un volver a empezar.

            EL DESTINO DEL AMOR ES IRRESOLUTO. Y nos confirma con su inmarcesible naturaleza que, sin duda, su extensión abarca la dación y la negación con la misma intensidad. En ese infinito desasosiego, el erotismo como señalara Octavio Paz, es “el reflejo de la mirada humana en el espejo de la naturaleza”. Asalta de improviso, sin medias tintas, con toda la inclinación a la que el ser humano se dispone a cumplir el afán de su intuición e imaginación. Estamos inmersos en una sociedad erotizada. Por ello no resulta extraño que la creación artística se asome y advierta la constatación de este hecho cuyo influjo es evidente como alado, vital y hacedor impulso hacia lo sublime. “La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el primero es una poética corporal y que la segunda, es una erótica verbal. (…) La imagen poética es abrazo de realidades opuestas y la rima es cópula de sonidos; la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque ella misma, en su modo de operación, es ya erotismo. Y del mismo modo: el erotismo es una metáfora de la sexualidad animal”. El autor mexicano en su obra ensayística La llama doble, publicada en 1993, profundiza sobre este hecho que bien pudiéramos categorizar como la mística del erotismo

AMANTE INFILTRADA – Anantes, 2015- atiende a ese eco que alienta el encendimiento del amor. El estímulo que motiva el vuelo Portada Amante infiltrada, de Paco Carrascal. Anantes, 2015._400x600ascendente que lo presagia, el reconocimiento de la realidad amorosa que vence todo atisbo de miseria y ese duelo indeterminado que nos persigue tras su paso. El autor cifra su mirada progresivamente ascendente en el olvido, miedo y encuentro. Tres estados en los que la figuración del amor acrecienta el verso incipiente para, progresivamente, ir reposando su aleteo hasta acomodarse en la aguda punta del deseo inflamado. El erotismo impregna el viario lírico de esta obra. Y es que en aquél se identifica la búsqueda incesante de la otredad. No renunciamos al otro, a su ascendencia sobre nuestra capacidad de amar. Manuel Ballesteros en “Juan de la Cruz: de la angustia al olvido”, publicada en 1977, afirma que la mística no es un vuelo del espíritu, sino una pulsión erótica del cuerpo. Amante infiltrada es cuerpo que se transfigura en el apetito más venturoso y, como sentencia su autor, es “Por quien hundo mis pies / en una tierra que es líquida sentencia”. Evanescente, ingrávida esta terrible hermosura contenida en lo definitivo. La dialéctica entre Eros y Tánatos: creación y destrucción con la esperanzadora evidencia del “ahora” y “con el deseo de volver a habitarlo” para así comenzar de nuevo, “Y entonces, / sólo entonces, / renazco”.

            PACO CARRASCAL ANUDA FERVOR Y FEBRIL AMOR. La experiencia humana se encamina a la poética en la necesidad de discernir con claridad la quemazón de lo pretendido, degustado y perdido. La “fiera venganza del tiempo”, que cantara Carlos Gardel en el tango Esta noche me emborracho y que eligiera Carlos Vaquerizo para el título de su poemario ganador del premio Adonais 2005, hace balance de cuentas. Sólo el amor vence al destino. Su tiempo nos conmociona porque es indeleble. Así, la prestancia de los versos rumia el porvenir con el deseo de no desprenderse de su estela. Estructurada en tres capítulos que son antesala del estado emocional –olvido, miedo y encuentro- con que a su vez los titula. Así Desde el olvido, interpela a quien se reconoce en primera persona como objeto de súplica, “Yo, / me quedé esperando / tu absolución”, evocación de la herida que no cesa, “Igual que la supervivencia es un mandato, una atávica deuda contraída, / al mismo tiempo, tu recuerdo / letanía presente”. Y es que “…el olvido esta lleno de memoria” que cantara Mario Benedetti y que el poeta sevillano dota de apasionado delirio, “Ahora / es el momento de arar la piel / para recoger los frutos”. En el segundo, Con el miedo, clama la impotencia, augurio de lo inevitable, “La misma promesa de ayer / esta noche será otro día”, la sentencia que es dolor y apremio de liberación, “…desde el instante en que un abrazo tuyo / me transformo / en ahogado que se balancea con la resaca”. En el último Por el encuentro –con el mayor número de poemas- la perspectiva poética toma silueta de elegante vuelo y es donde la capacidad del autor restaña la palabra. La elegancia es aplomo y solidez en la contenida alegría transformada en húmeda presencia, “…moja la voz del reyezuelo / inquieta los ojos del puente / a su paso / asciende las alturas del pozo / resume las lecciones de los ríos / dibuja el mapa”. La personificación de lo común que se sustantiva en el uso y costumbre de adherir tacto y querencia, “A veces / caminan o reptan / o son amables / y me acarician cuando duermo (…) A veces / algunos objetos son como tú”. El pormenor reconfortante por la salvaguarda de lo que siendo prescindible, el pensamiento transforma en eternidad, “Un día / brotaron luciérnagas como arlequines (… ) El mismo día / en que volví a contar arenas”. La serenidad que derrama la porosa sensación de dichosa plenitud, “como hace el agua con la roca / entraste en el silencio (…) Como hace el agua con la roca / silencio que domesticó al silencio”. El poeta con esta eclosión de signos providenciales expresa la añoranza por la estancia hospitalaria que le resguarde de la intemperie, “Necesito de un refugio que me haga fértil…” El amor henchido de plegaria con la frágil apariencia de la hilatura de nea que soporta el peso del mundo que sobre aquél se asienta. En esa simbiosis, como afirma Kierkegaard, “Lo ontológico es lo erótico”. La mística del amor nos arrastra hacia el futuro en ciernes. De ahí que volviendo al autor de El laberinto de la soledad, “El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión.   Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad (…) La plenitud, la reunión que es reposo y dicha, concordia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad”. En la cercanía a ese lugar, el poeta ya no se interroga, advierte que lo fútil se evapora porque “todo ello pasa, / mientras espero que llegues, que llegues desde el bies de una ladera, de una montaña bendecida/ por tu fuente”.

Pedro Luis Ibáñez Lérida

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