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NOTA BIOGRÁFICA
Álvaro Quintero Mejía tiene editado los poemarios Manuel de fiebres y presagios, Adán ceniza, Abecedario del agua y Rueca de fábulas, este último distinguido en Colombia, con el Premio Nacional de Ciudad de Chiquinquirá. Compilador de El Libro de los elementos, antología de cuentos Es además autor de Crónicas de Quevedo, petite nouvelle o relato largo que publicó la editorial Los libros de Umsaloua. Desde hace años reside en Andalucía, donde ha trabajado como librero y responsable de la editorial EH Editores y colaborado en diversas publicaciones literarias.
I
A Mari Carmen López Frías
Hablo de la superficie de un estanque:
espejo en la infancia, pupitre y libro
donde aprendí las primeras lecciones
sobre el átomo de la lucidez
y la gramática de la tiniebla tenebrosa.
Hablo de la revelación
de la fotosíntesis de las palabras,
de la eclosión del día,
de la algarabía de los primeros rayos solares.
II
Hablo de una biblioteca de luz incunable:
cocuyos y luciérnagas,
minúsculos cuerpos que deletrearon
en el parpadeo intermitente de la casa materna
el abecedario de la luz, la crónica del incendio
y los avatares de la ceniza.
Hablo de mi profesor de sílabas de luz
y metáforas de fuego.
III
La noche oculta otra sed
y otra carne en la penumbra.
Descubro naufragios en la piel
y abismos en la sombra.
(De “Abecedario del agua”, editorial Los Libros de Umsaloua)
BAJO LA LLUVIA
Salí a caminar por la ciudad. Llovía, tenuemente llovía. La luz mortecina del alumbrado público alegraba el resto de noche que quedaba. Pensé la vida, mi vida, como esa tenue inteligencia que despuntaba la humedad de la acera cuando la escasa luz la envolvía. Consideré que la mejor manera de atrapar la náusea, es deambular por la calle de noche y si es posible bajo la lluvia. Con copiosa lluvia, para que lave y prepare el alma para el naufragio. Con tenue lluvia para alegrar el desconsuelo. Con fría agua para sujetar sin afán el cuerpo de mujer que se me antoja que se levantaría de cualquier charco. Para consumar la caída. Para ofrecer un cuerpo asolado por imágenes que se repiten en sucios muros. Para restablecer la precaria alegría que el día propone. Para asir por el pubis la metáfora que declara la nefasta y necesaria inutilidad de la poesía.
De “Adán Ceniza” (EH Editores)
DIOS EN EL HUMO DE LA SOPA
I
Hay un sitio en el humo de la sopa
y un espacio en el lavabo de la duda
que reclaman la voz de dios
en la orina que pudren los vagones,
en los ojos que muerden el polvo de Mauthausen.
Hay un lugar de tiniebla donde la oración
escala un versículo de fuga:
descubre hilos de memoria en la trama de polvo,
limpiando el rostro de la aljama.
Hay un vacío en el crepúsculo del atlas
que posee la contextura de la piedra,
universo del ojo que escandaliza a la escritura.
Hay una hilera de barracones y una única ventana:
teatro en la pupila. Asombro en los bastidores de la mirada.
Holocausto en el escenario de la cara.
II
Cambié el escenario de la muerte,
drama le puse a la osamenta de tu sombra,
dominio de una lengua viva y el alma
insobornable de toda mano diestra.
Escribo desde la húmeda letanía de la culpa.
Avanzo en la oración con sus olas de incredulidad.
Acojo como divisa vuestra sed pretérita
en un fragmento apócrifo de Heráclito.
Arrojo la mirada en un guijarro de letra
y la súplica de la onda y el río de vocablos
revelan el exacto radio y el oculto salmo:
Primo Levi ha muerto y dios aún no lo sabe.
CARAVANA
Nos hemos perdido en el desierto.
Los oasis están secos,
secos como los toneles de las carretas.
La luna nos azota,
el día nos confunde con sus señales.
Buscábamos la ruta de la seda,
la huella de los frutos secos y la pimienta.
Escribo en la arena
el inicio de mi locura,
escribo en la arena
mi mejor zéjel.
Otros nómadas vendrán
y levantarán fábulas
alrededor de nuestras osamentas,
otras caravanas proseguirán
el sueño de nuestras alforjas.
IBN GUZMAN
El poeta cae en delirio en la tienda.
Vagas sombras elevan cantigas
alrededor de la cisterna.
¡Qué sea arrojado a la hoguera!
musitan mujeres desnudas ante la tienda.
El huésped del desierto rumbo a su muerte
traza un zéjel en la arena.
Ibn Guzman es devorado por el poema.
De Huésped de la noche (editorial Los Libros de Umsaloua)
POLIFEMO
Cíclope, pescador de sueños y filósofo. En su soledad cultivó el pastoreo. Sufría en silencio su ceguera y la torpeza de sus pasos. La ira que nació cuando Ulises y sus acompañantes le clavaron la estaca en su único ojo se había sosegado. A tientas, llenaba de agua el cuenco de sus manos para ofrecerla al cielo. Luego, tomaba puñados de arena que dejaba caer sobre los pies, las rodillas, el torso, hasta quedar completamente enterrado en la arena. Una ola en sus manos era todo el mar, un puñado de arena toda la tierra.
FRANÇOIS VILLON
Poeta goliardo y amigo de lo ajeno, camarada de la sombra que escala y huye. Conoció a Quevedo a través de su libro de sueños que descubriera en la sección de libros raros y curiosos que albergaba la Biblioteca Nacional de París. En los estantes se apilaban las obras que se irían a escribir siglos después. Nuestro poeta escandalizó las rúas de Paris y amotinó la literatura de la época con su singular testamento literario. Los epígonos del vino recomiendan leer antes de hablar en público pasajes de su incunable tetrástico como antídoto contra los necios de turno. Yo soy François, lo cual me pesa, / nacido en París, cerca de Pontoise, / y en el extremo de una soga / sabrá mi cuello cuánto pesa mi culo.
De “Crónicas de Quevedo” (editorial Los Libros de Umsaloua)
Leo la poesía de Álvaro Quintero cómo los vasos comunicantes que van transportando ricas emociones entre el ayer y el aquí, entre lo particular y lo universal del horror y éxtasis humano.
Leo a Alvaro Quintero un poeta pleno de palabras ciegas, alma torva, fue un castigo caminar a su lado mis mejores años.
rio Cabarcas Antequera
9 abril, 2017 a las 10:25 am
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Leo la poesía de Álvaro Quintero como los vasos comunicantes que van transportando ricas emociones entre el ayer y el aquí, entre lo particular y lo universal del horror y éxtasis humano.