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Álvaro Alejando y Alberto Manguel van de la mano en este curiso y encantador libro
Por Francisco Vélez Nieto
Si nos acercamos al mundo del libro a través de la escritura que Alberto Manguel predicadora fuente sabia del cocimiento, una amplia ga¬lería se irá exponiendo con comentarios y ejemplos tanto de los valores de la escritura como el ejercicio intelectual y el poder del libro a través de la historia. Óptica analítica para co¬nocer y nadar entre los placeres de la comedia humana, sin ser atrapado por la remolina de la falsa publicidad, y la lectura de escaparate.
Para Alberto Manguel el libro es la devocionario de las palabras y los hechos, catecismo laico en el espacio, cuando se conoce su amplísima y sólida obra dedicada a tan necesario alimento, tanto intelectual como del diario vivir campechano de ese lector, sólido sostén de las sociedades abiertas vigilante centinela y pacífico guerrero frente a los enemigos de la libertad y por tanto de la cultura. “Y es que, como bien explica Alberto Manguel, podrán cambiar muchas cosas, pero mientras existan esos extraños seres llamados lectores, el acto literario permanecerá vigente”
Luego, aquí entonces, esta nueva obra sobre los valores y fortaleza de tan preciado como necesario objeto del deseo para la supervivencia en una sociedad tan agresiva y falsa en la que nos quieren hundir totalmente un bestial Farenheit de la mediocridad y el capitalismo despiadado. Así que, cogidos de la mano del fotógrafo Álvaro Alejandro Alberto Manguel nos presentan: “Para cada tiempo hay un libro” unión de originales y artísticas imágenes fotográficas con doce comentarios adecuados de amena prosa, exponiendo que hay libros para todos los tiempos valedores por su contenido imperecedero por ser tan necesarios como buenos y e acompañantes, tanto para ser el amor como para amarse, ser mascota de una nave que no naufragara frente a los vendavales del fanatismo enemigo de las libertades. A más altura, la del iluminado Alejandro Magno quien siempre para sus campañas para el dominio de pueblos y ciudades llevara siempre consigo un ejemplar de La Iliada de Homero.
La lectura, elemento protector y arma pacífica, es una defensa para la supervivencia de la humanidad “La relación- señala Manguel- de un escritor con sus lectores es una simple cuestión de vida o muerte. Si el escritor es leído, vive, si no muere. Por lo que no es trabajo inútil sumarle esta advertencia de Séneca: “Quien realmente quiere luchar por la justi¬cia, si pretende vivir algún tiempo, por bre¬ve que sea, forzosamente habrá de ceñirse al ámbito privado en lugar de al público”, pues la persecución del libro por parte de los poderes político y religiosos ocupan un amplio espacio en la historia.
Copiemos el ejemplo de que “quiere la leyenda, y quizás la historia, que a finales del siglo VII el papa Gregorio I quien recibiría el exagerado apodo de El Grande, quiso que ningún libro pagano entrara en la biblioteca de la Iglesia cristiana. Sobre todo la obra de Tito Livio” a quien odiaba. Este mismo papa hizo quemar la antigua biblioteca Palatina adjunta al templo de Apolo que fundara el emperador Augusto. Mientras en un lugar lejano, allá en Sevilla, “un cierto Isidoro, continuaba incrementando su generosa biblioteca con obras de autores de diversas creencias. Sobre su puerta hizo grabar estas palabras “Aquí hay cantidades de libros. tanto sagrados como profanos”
Son muchas las vicisitudes vivadas por las bibliotecas para salvar tan necesario tesoro no siendo pocos los sufridos exilios para evitar su desaparición en los fuegos chorreados y la furia de dementes dictadores. “Hay un impulso íntimo – escribe Maguel-, esencial que nos lleva, en las sociedades del libro, a ser nómadas literarios. Nuestras eternas migraciones se acompañan de lecturas entre nuestros bártulos del exilio llevamos nuestros libros, en nuestra trashumancias transportamos ganados, tiendas, semillas, armas, pero también bibliotecas”.
No solo el perro debe de considerarse el mejor amigo del hombre, los siglos muestran el calor inseparable del ser humano sensato y sensible, mujeres y hombres lo tienen como compañero, fieles y serviciales en el saber y el dar calor cuando las soledades llegan. Y recuerdo con cierta tristeza el tierno, conmovedor y fabuloso relato de Stefan Zweig, “Mendel el de los libros”, en su mesa del Café Gluck de la Viena del primer cuarto de siglo. “Allí en su rincón, y solo en ella, leía sus catálogos y libros como le habían enseñado a leer en la escuela talmúdica, canturreando o balanceándose”, día tras día, años tras años. Sin leer siquiera el periódico, ignorando que Europa estaba en guerra, solo con sus libros y su prodigiosa memoria que lo sabía todo desde las más remotas ediciones.