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Almudena Tarancón Jiménez, (Sevilla 1971)
Titulada por la Universidad de Sevilla como Técnico en Empresas y Actividades Turísticas, actualmente trabaja como informadora y guía turística.
Poeta, lectora insaciable con un especial interés por la filosofía. Miembro del Taller de Poesía del espacio de formación cultural Casa Tomada (Sevilla). Actualmente trabaja en la terminación en su poemario inédito Sé mi olvido.
MUJER
Alrededor del círculo de un reloj
los días.
Todo ocurre a la misma hora
de ayer.
Los pies tocan el suelo
y los sueños se duermen.
Ahora sólo estoy yo,
delante de un espejo
hermosa
joven
triste
mujer.
Construyo una vida
sobre roca, un hogar
sobre fuertes cimientos
y nacen flores nuevas.
Acertadas decisiones,
resignadamente
ruedan y ruedan…
En el reloj todo pasa,
igual que ayer
y yo hermosa
joven
triste
mujer.
No me reconozco,
quedé atrapada
entre la redondez
y las agujas del tiempo.
Mis sueños
dormidos
no despiertan.
En aquella mirada vacía
la marea sube, indócil,
tras los párpados húmedos.
Brota el llanto,
para dejarte salir
por donde entraste.
Silueta de sal,
diluida
lágrima a lágrima
en los recuerdos,
evaporándose
un voto de silencio
en el reflejo
de un mar, sereno,
que mece un sueño
azul intenso.
Puedo percibir el templado
aliento de tu Ser.
He descansado al tocar la distancia
que nos une.
Desde el umbral de mi esperanza
las palabras se inclinan
ante tu significado.
Empequeñezco en la quietud
de una flor deshojada
que admira el temblor del sol,
cuando el horizonte huye
y mi sombra se consume,
serena y confiada,
al atardecer.
Conozco ese lugar donde habita
lo inasible:
silencio, amor, paz
soledad, luz, miradas…
Donde pasan días ondulados,
como la piel del desierto,
que destila Tiempo
por sus poros
y lentamente resbalan
minutos huidizos.
Donde se oyen promesas
efímeras,
afanadas en ser ciertas.
Conozco ese lugar donde
palpita un corazón bohemio,
a veces, cansado.
Donde los sueños
despiertan por el este
y se pierden por el oeste
de razonamientos
ilimitados.
No hay fronteras,
todo queda suspendido
pero las lágrimas pesan,
ruedan y se evaporan,
tras dejar en los labios
el recuerdo de un beso.
Ingrávida redondez
mi pensamiento,
envuelta en su silencio,
asida a mí misma.
Quieta.
Árido anverso del vacío,
donde
solo una puerta
se me ofrece,
a un horizonte
inmenso.
Azul.
Este helado y fino aire
en una soleada mañana
de otoño,
ventea las ascuas
del fuego encendido
durante la noche.
Brasas donde incinerar
el tibio regalo de la vida.
Cenizas ofrendadas
al viento
por el alma que despierta,
tras la libación
de la belleza sin medida
de la luz,
del misterio,
del silencio.