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“A mis mejores amigos no los he visto nunca”
Raymond Chandler.
Cartas y ensayos selectos
“A mis mejores amigos no los he visto nunca”
Traducción de César Aira y Juan Manuel Ibeas
“El gran y difícil problema del escritor de nuestra época, si quiere vivir de eso, es escribir algo que el público acepte, y que al mismo tiempo a él le parezca buena escritura”
Raymond Chandler
Adentrarse en la lectura compuesta por la correspondencia y obra de ensayo del maestro de la novela policiaca Raymond Chandler (Debolsillo), significa gozosa fortuna acompañada de placentero fruto, degustacióm para los buenos amantes de la lectura no solamente del género literario de la novela policiaca, pues, en Hammett lo podemos tener todo un amplio espacio de la escritura creativa. Su estilo sencillo nos adentra y conduce al espacio intelectual de un creador exigente, rico, peleador con buen tino seguro de clavar la flecha en el punto negro de la diana. La riqueza de contenido -en mi caso no era conocida en el campo epistolar-, me lleva a sentirme agradecido, leer con deleite, por lo que en ella se expone con sentido crítico insobornable, poseedor de fragancia y humor de fino bisturí contra este y aquello. Así es la sorpresa y en ella me adentro por el curso de su vida creadora del maestro desarraigado embutido en su soledad. Ese que la revista Time definió como “el poeta laureado de los lobos solitarios” con su inseparable Philip Marlowe cínico y sentimental, que en ocasiones participa en esta extensa y prolífica correspondencia, algo similar a actos de milagro literario que lo convierten en personaje real.
Fascina, pues, conocer que este caudal epistolar solía dejarlo grabado todas las noches con el calor del alcohol en su magnetófono, para que a la mañana siguiente su secretaria lo pasara al papel de carta y luego enviarlo a los más diversos destinatarios, escritores, directores y otros personajes del mundo de Hollywood, uno de ellos, el más atendido, el editor Alfred Knopf que sería quien en 1938 le editara su primer libro El sueño eterno, que años después subió al cielo del Séptimo Arte como fabuloso film interpretado por Humphrey Bogart, Lauren Bacall y guión de William Faulkner y música de Max Steiner, todo un cuarteto de gozada maestría. Corría entonces el año 1944 en aquella torre de Babel del cine de alta calidad, aunque también se cocían habas por carretillas, luego obligatorio señalar las numerosas y pésimas películas que se producían. Razonamientos críticos sobre ellas no le faltaron, productores, actores y actrices entregados a ganar dinero por estas y aquellas circunstancias, que Chandler criticó tanto en muchas de sus cartas como en los ensayos Escritores en Hollywood y La noche de los Oscar.
Todo un decorado universo con dos caras, la mágica y la variopinta, ambas al desnudo, tratado de certero blanco y calidad imperecedera “Alcohólicos y escépticos, de vuelta de todo, Chandler y Marlowe parecen recién salidos de un cuadro de Hopper y de un mundo habitado por la codicia y la mentira, por el amor y la violencia, por la corrupción y la hipocresía”
Pero por encima de esa vida que le tocó en suerte para la escritura del mundo policíaco siempre superó todas sus desgracias y desvaríos la mayoría producidos por el alcohol, que voluntad y cultura lo hizo sentirse heredero directo del Allan Poe entre otros grandes, ahí el coraje, aceptando como indiscutible a su adelantado maestro del género contemporáneo Dashiell Hammett. Su pulso logró una y otra vez elevarse por encima de las caídas en la miseria económica, sin tener ceder ante los más poderosos directores o empresarios, nada de claudicación de las formas y su concepto de la ética y la estética creativa.”A largo plazo, por poco que uno hable sobre el tema, lo más durable en lo que se escribe es el estilo, y el estilo es la inversión más valiosa que puede hacer un escritor con su tiempo” escribe Santos Domínguez. Amargado y dolorido nunca se dio por vencido, siempre dolido no le importaba que la novela policíaca fuera considerada un modelo de escritura menor.
Así, pues, como la defendió de igual manera que lo asumió Borges, energía distinta, pero similar en el fondo y la forma, porque Shandler negaba a todos aquellos intelectuales “incontaminados” que consideraban el cine como un entretenimiento de masas” y se aferraba a sus criterios exponiendo el ejemplo de la tragedia griega, que siendo tan altamente respetable “por la mayoría de los intelectuales, era un entretenimiento de masas para el ciudadano ateniense, al igual que, dentro de sus límites económicos y topográficos, el drama isabelino”
Él estaba seguro de su estilo y capacidad creativa, aunque no hacía ostentación de ello, resultaría difícil negar la brillantez en el arte de escribir, esa maestría en los diálogos de sus personajes y con acierto señala Santos Domínguez, que pueden, si se empeñan considerarse “un modelo menor si se quiere pero absolutamente canónico, y un creador de diálogos memorables que dio a la novela negra una altura literaria que nadie más ha alcanzado en ese género”. Aquí pues, el final del caso ya resuelto en el que se descubre que el protagonista de “A mis mejores amigos no los he visto nunca” se puede descubrirse con las cartas y ensayos su propia biografía tanto en la literaria como aquella otra intima y humana de su desasosegada y desafortunada existencia en el día a día, algo que no impidió el compromiso consigo mismo de lograr una escritura de estilo propio de tal amenidad que lo sitúa a la altura de los mejores