El Extranjero

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Gema Albornoz

El extranjero, de Juana Castro

Por Gema Albornoz

El Extranjero
Juana Castro

Juana Castro es autora, entre otros, de Arte de cetrería, Fisterra, Del dolor y las alas, El extranjero, Los cuerpos oscuros o No temerás, reeditados estos últimos en 2016. Narcisia fue traducido al inglés en 2012 y Del color de los ríos en 2018. Autora de la biografía María Zambrano (2016). Correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. Es columnista, maestra, crítica literaria, madre y abuela. Las antologías Alada mía (1995), La extranjera (2006) o Heredad seguido de Cartas de enero (2010) fueron dando noticia de su obra. En este año de 2018 se han publicado Antes que el tiempo fuera (premio Ricardo Molina) y la antología “mínima” Nunca estuve tan alta. Fue nombrada Medalla de Andalucía 2007 y Premio Nacional de la Crítica 2010.

El extranjero de Juana Castro, fue XI Premio Nacional de Poesía San Juan de la Cruz, incluido en la Colección de Poesía Adonais de Ediciones Rialp, S.A.

Los mitos clásicos debido a que son ampliamente conocidos, y están extendidos por todo el mundo, proporcionan —a cualquier autor que reinterprete el mito— la posibilidad de aprovechar esa universalidad. Cuando el poeta renueva la mitología clásica renueva consigo su propia inspiración. En este caso, Juana Castro hace una adaptación del que pudiera ser un personaje de aquella aventura épica cuya misión es volver a Ítaca, de un extranjero en el mundo.

Juana Castro. / http://www.juanacastro.es/

El extranjero es un poemario dividido en tres rapsodias. Las dos primeras están compuestas por doce poemas y la última por trece. Las portada el extranjero rapsodias eran piezas integradas por varias partes sin demasiada relación entre sí, con enlaces libres. Así en dichos grupos de poemas se hace un repaso a algunos dioses o personajes clásicos de la Odisea o la Ilíada como son Odiseo, Penélope, Circe, Helios o Hermes, Hades, los lestrigones o lotófagos.

Algo que ha atrapado mi atención es que el último poema sea Penélope, como si fuese el último canto de la madre esperando a su hijo, ese extranjero mientras ella se apesadumbrada finaliza sus dos últimos versos con «cuánto tarda».

Pero, además, el viaje en el que se embarca este extranjero, es un viaje en el que nosotros mismos podemos encontrarnos, en el devenir de la vida. De la misma forma podemos ser el protagonista de esta historia épica, como esa «sombra acompañadora y misteriosa en su luz y penumbra existencial, un referente insoslayable del ser que aparece y reaparece en sus nombres» tal y como indica en la estrecha solapa posterior. Un viaje en el que no falta la tristeza, la soledad, el silencio, la muerte, la verdad, el sueño, la noche, la sed, el viento o la propia tierra, en la que como he mencionado anteriormente, cualquiera de nosotros, podríamos ser ese extranjero que peregrina en búsqueda de su hogar, o quizás de sí mismo.

 

EL QUE NUNCA CANTA

 

EXPRESAS mi silencio porque eres

el silencio tú mismo.

No oí nunca

tu voz, y aún no sé si aquel ágil

ademán de tu acecho fue gemido.

¿Tan salvaje te hicieron que a la luz

del dolor

no aprendiste su queja?

Llora así, llora y grita,

mi venado sediento,

solitario que ignoras

el manantial que en tu garganta crece.

Sea el gozo después.

Mira ahora

tu orfandad tu miedo.

Qué sería

de todos y de mí, si en la herida

del mundo

no hubiese nadie pronunciado

la palabra primera.

Crecerás: Solo y mudo,

hoy empieza tu ruina.

 

HELADE

Leiden 1997

CAMINANDO por un suelo de olas

con el mar en el fondo. Piedras

sobre la arena y nada

que las una. Bajo los pies

el agua y no el infierno. Sostenida

por diques, domesticada, quieta,

ya no es tromba ni líquida.

Caminamos

por un suelo de algas removidas,

que los pies balancean como un barco.

 

El agua en el desván. Y navegamos.

 

 

FUEGO AZUL

A Concha García

CANTA el oro en los juncos.

Fuego azul

orillado en la noche

de las cartas marcadas.

Golpearía la hoz,

rito fuerte y oscuro

envileciendo el aire.

La madreselva gime y te corona

mientras miras las nubes,

y te detienes

la luz junto a tu silla,

destejiendo palabras como aves

en la alta mañana.

No es la voz.

Es la memoria

terca y fiel del olvido lo que habita

en tus venas.

Es el signo del viento.

La perla del adiós. Secreta música

que el azogue restaña para el frío.

Volveremos a vernos.

Otra vez.

Otro cuerpo, otro rió: otro puente.

Cuando ya a mis palmas ni un resquicio

les arañe de espera ni piedad.

 

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